viernes, 1 de febrero de 2019

Maîtresse (1976)




Director: Barbet Schroeder
Francia, 1976, 112 minutos

Maîtresse (1976) de Barbet Schroeder


La Filmoteca de Catalunya comienza el mes de febrero con una interesantísima retrospectiva dedicada al cineasta francés Barbet Schroeder. Bueno: lo de francés hay que matizarlo, ya que, tal y como él mismo explicaba esta tarde en la conversación que ha mantenido con Esteve Riambau, nació en Irán de padres alemanes (aunque su madre, que había huido de los nazis, se negó rotundamente a enseñarle la lengua de Goethe) y pasó su infancia en Colombia, por lo que habla perfectamente el castellano.

Barbet Schroeder y Esteve Riambau dialogan en la Filmoteca


Coordenadas biográficas que tal vez expliquen el carácter aventurero de un director que lo mismo es capaz de rodar en un recóndito poblado de Papúa Nueva Guinea (La Vallée, 1972) que jugarse la vida adentrándose en los azarosos dominios de los narcos en La virgen de los sicarios (2000). Y cuya obra ha transitado frecuentemente entre la ficción y el documental, dejando, en este último terreno, excepcionales retratos de controvertidos personajes como el dictador de Uganda Idi Amin (1974), el poeta Charles Bukowski (1985), el abogado Jacques Vergès (2007) o el monje budista Ashin Wirathu (2017).



Pero la película con la que se abre el ciclo es Maîtresse (1976), una historia de amour fou protagonizada por la mujer de Schroeder (la misma Bulle Ogier que hoy, pasado y mañana interpretará en el Lliure de Barcelona Amour impossible junto a Maria de Medeiros) y un jovencísimo Gérard Depardieu que poco después se pondría a las órdenes de Bertolucci para rodar Novecento.

Maîtresse, palabra que en francés posee significados tan opuestos como 'amante' o 'maestra', podría haber sido un filme marcado por la morbosidad de su temática (la historia de un delincuente de poca monta que se enamora perdidamente de una dominatriz sadomasoquista) y acabar encasillado en el mismo género que El último tango en París (1972), El portero de noche (1974) o cualquiera de los exagerados excesos del polaco Andrzej Zulawski. Sin embargo, la mirada imparcial de Schroeder no juzga en ningún momento la conducta de sus personajes, logrando que la contundencia visual de algunas escenas —por ejemplo, el sacrificio de un caballo en el matadero, eco de Le sang des bêtes (1949) de Franju— no sean tanto un descenso a los infiernos, sino el mero contexto en el que se desarrolla la relación entre Olivier y Ariane.


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