domingo, 10 de febrero de 2019

Una pareja perfecta... por computadora (1979)















Título original: A Perfect Couple
Director: Robert Altman
EE.UU., 1979, 110 minutos

Una pareja perfecta... por computadora (1979) 
de Robert Altman

Aprovechando el tirón de Nashville (1975), el director Robert Altman volvía a ensayar, cuatro años más tarde, la fórmula de ir intercalando numerosas canciones en vivo a lo largo de la trama. Curioso subterfugio para dotar al guion del relleno necesario, pero con el que se corre el serio peligro de aburrir soberanamente al espectador (sobre todo si los integrantes, como es el caso de algunos vocalistas de la banda Keepin' 'Em Off the Streets, ponen cara de cordero degollado mientras interpretan su repertorio de baladas setenteras).

En cualquier caso, y a pesar de los pesares, uno acaba por tomarles cariño a Alex (Paul Dooley) y a Sheila (Marta Heflin) en la ardua tarea de hacer que nazca el amor entre dos personas a priori tan diferentes. Él es un divorciado cuarentón de origen griego; ella, la joven corista de un grupo de rock cuyos miembros, hippies trasnochados, viven en una especie de comuna.



Lo curioso, y de ahí la necesidad de ambos de entablar una relación de carácter liberador, es que tanto el uno como el otro viven a la sombra de personalidades egocéntricas que los anulan: en el caso de Alex, un padre castrador y tiránico a la autoridad del cual se someten todos los miembros de su numerosa prole; en el de Sheila, perteneciente, en apariencia, a un entorno mucho más bohemio y liberal, es el líder de la banda (Ted Neeley, el protagonista de Jesucristo Superstar) quien le dice, en todo momento, lo que puede y no puede hacer.

A Perfect Couple, título irónico a más no poder, parodiaba abiertamente el mundo de las agencias matrimoniales y sus cuestionables métodos para dar con la pareja ideal (rellenar cuestionarios de hábitos y personalidad, presentaciones en vídeo de los candidatos...), si bien, con su estructura circular (la acción arranca y concluye en el célebre Hollywood Bowl de Los Ángeles), se da a entender que no existe el amor eterno. Eso, al menos, parece desprenderse de la estampa que arrojan las dos parejas asistentes al concierto y sobre las que se detiene la cámara: una, amartelada y afectuosa al principio de la película, se tira ahora los trastos a la cabeza, mientras Alex y Sheila brindan al compás de la orquesta: la historia se repite y Altman, seguro de que a esos dos tortolitos les aguarda el mismo destino que a sus predecesores, nos dice que vivamos el presente.


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