jueves, 4 de enero de 2018

El silencio de un hombre (1967)




Título original: Le samouraï
Director: Jean-Pierre Melville
Francia/Italia, 1967, 105 minutos

El silencio de un hombre (1967)


Hay arranques de película que, por mucho que pasen los años y por mucho cine que uno haya visto después, se quedan indefectiblemente grabados para siempre en nuestra memoria. Por la extraña mezcla de quietud y de misterio que transmite, el inicio de Le samouraï es claramente uno de ellos: plano fijo del interior de una habitación en semipenumbra; apenas los trinos de un canario enjaulado y la lluvia sobre los cristales rasgan el silencio. Y sólo al cabo de unos instantes nos damos cuenta de que hay alguien allí, tendido sobre la cama, fumando un cigarrillo... 

Luego enseguida vendrá la cita apócrifa del Bushido ("No hay mayor soledad que la del samurái, a menos que sea la del tigre en la jungla... Tal vez...") para subrayar lo que ya ha quedado suficientemente claro a través de las imágenes.

El laconismo de la secuencia inicial marca el tono de toda la película

Son este tipo de detalles los que han hecho de El silencio de un hombre una película de culto, aunque su protagonista, un Alain Delon entre enigmático y apolíneo, también fue responsable, en buena medida, de que así sea: ningún otro actor podía haber encarnado a Jef Costello con la misma frialdad seductora; ésa que hace que un asesino a sueldo se nos aparezca como un ángel cautivador e inofensivo.

Y es que lo de Melville con el cine fue como lo de Erasmo de Róterdam con el cristianismo: una voluntad de regresar a la esencia de la gramática establecida por los pioneros de la etapa muda, de devolverle a este arte su primitivo esplendor, prescindiendo de tanto vano arabesco y oropeles innecesarios con los que se había ido corrompiendo: hasta diez minutos largos tardaremos en escuchar la primera palabra que se pronuncia en la película; y eso mismo ocurrirá en no pocas escenas, en las que vemos lo que hacen los personajes sin necesidad de que nadie nos lo cuente. Son los célebres silencios de Melville, esos mismos de los que volvería a servirse en Le cercle rouge (1970) y en Un flic (1972), títulos con los que completó la trilogía iniciada por Le samouraï.


No hay comentarios:

Publicar un comentario