martes, 9 de junio de 2015

Otelo (1952)










Título original: The Tragedy of Othello: The Moor of Venice
Director: Orson Welles
EE.UU./Italia/Marruecos/Francia, 1952, 94 minutos



There was once in Venice a moor, Othello, who for his merits in the affairs of war was held in great esteem. It happened that he fell in love with a young and noble lady called Desdemona, who drawn by his virtue became equally enamoured of Othello...

No pocos fueron los avatares que se vio obligado a superar Orson Welles con tal de completar la filmación de su Otelo en 1952. Y aun así resultó ganador de la Palma de oro en Cannes (bajo pabellón marroquí, por cierto, toda vez que no conseguiría distribuidor americano hasta tres años más tarde). Queda claro, una vez más, que Welles era un especialista en hacer de la necesidad virtud. Lo demuestra mediante el uso que sabe darle a las maquetas que coloca ante la cámara (solución ingeniosa a la par que económica que le permite ahorrar enormemente en decorados): el antológico cortejo fúnebre con el que se abre y cierra la película es un buen ejemplo de dicha técnica.

Debido a la falta de financiación hubo de parar el rodaje en más de una ocasión, lo cual contribuyó a complicarlo todo aún más, si cabe. Así pues, hasta tres actrices diferentes debieron interpretar el papel de Desdémona y muy a menudo se valió del plano contra plano (filmando a un doble de espaldas) cuando no le era posible contar con todos los actores simultáneamente (lo cual, dicho sea de paso, ocurría con suma frecuencia). Se ha dicho, por ello, que entre toma y toma podían mediar varios años y miles de kilómetros, aunque el espectador no llega a notar nada, tal era la maestría de Orson Welles en el uso del montaje. Andando el tiempo, el cineasta iría perfeccionando todos estos recursos y trucajes, siendo Campanadas a medianoche el máximo exponente de esta forma de trabajar.

Welles rodó dos versiones de Otelo, una para el mercado europeo (con los créditos recitados por él mismo, tal y como ya sucediera en El cuarto mandamiento) y otra para el mercado americano, a lo que habría que añadir la versión restaurada que supervisó su hija Beatrice en 1992 y que supuso una inversión de un millón de dólares. Con todo, los efectos de sonido añadidos y, sobre todo, la pésima banda sonora interpretada con un teclado contrastan significativamente con la belleza de las imágenes.

Otro de los alicientes de la película, aparte de los espectaculares escenarios reales venecianos o de Mogador (a menudo un simple patio, un rincón perdido e insignificante Welles sabe convertirlos, merced a la magia del montaje, en un bello y aparentemente sofisticado palacio), es poder ver al actor irlandés Micheál MacLiammóir en el papel del maligno Iago, en una de sus escasas participaciones cinematográficas.


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