lunes, 26 de diciembre de 2022

Noches blancas (1957)




Título original: Le notti bianche
Director: Luchino Visconti
Italia/Francia, 1957, 102 minutos

Noches blancas (1957) de Luchino Visconti


Volvía a la ciudad ya bien anochecido. Eran ya las diez cuando llegué a mi casa. Contorneé el muelle y el canal, en donde a tal hora no se encuentra ni un alma. Vivo en un barrio alejado del centro de la ciudad. Caminaba cantando alegremente, como suele ocurrirme cuando estoy contento, costumbre común a todos los solitarios sin amigos, que no encuentran otro medio de expresar su alegría. Una imprevista aventura me impidió penetrar en mi domicilio. Acodada sobre el parapeto del puente había una mujer que parecía mirar atentamente el agua turbia del canal. Llevaba un lindo sombrerito amarillo y una coquetona mantilla negra sobre los hombros.

Fiódor Dostoyevski
Noches Blancas (1848)
Traducción de Justo García Melero

Si atreverse a adaptar una obra de Dostoyevski representa ya de por sí todo un reto, superar el modelo original sólo está al alcance de un verdadero maestro. Tal sería el caso, aunque descubrir a estas alturas el talento de Visconti pudiera parecer poco menos que una obviedad, de Le notti bianche (1957), en cuyo libreto, aparte del cineasta italiano, intervino también la prestigiosa guionista Suso Cecchi D'Amico. El caso es que, a diferencia de lo que ocurre en la novela (en realidad, apenas un relato largo), la acción se traslada de las frías calles de San Petersburgo para situarla entre los puentes y canales de lo que se intuye como algún suburbio veneciano hábilmente reconstruido en los estudios de Cinecittà.

Marcello Mastroianni encarna al oscuro protagonista, un hombre sin atributos, típico ciudadano anónimo en busca de sí mismo, que queda deslumbrado ante el encanto de otra alma solitaria: una tímida joven, llamada Natalia (la austriaca Maria Schell), con la que se citará en sucesivas noches (las cuatro que dan título a la obra literaria). La pega es que ella lleva un año esperando a otro hombre, un apuesto individuo (Jean Marais) al que idealizó en su recuerdo y que quién sabe si regresará alguna vez tal y como le había prometido.



Agraciada con ese toque inconfundible del director de Senso (1954), la película discurre por la senda de las ilusiones perdidas y la realidad gris de un mundo poblado por seres que se aferran desesperadamente a cualquier ideal, por incierto que sea, con el único afán de seguir viviendo sus míseras existencias. En ese orden de cosas, lo que aquí se plantea da pie a una situación que el cine contemporáneo, por ejemplo Hiroshima mon amour (1959) sería otro caso célebre, explotará asiduamente en años venideros: el encuentro nocturno entre dos extraños cuyos destinos, a pesar de todo lo que les separa, se cruzan durante un instante.

El desenlace, con los protagonistas sobre la nieve artificial que cubre el pavimento, mientras a lo lejos resuena el tañido de las campanas al amanecer y la música de Nino Rota comienza a sonar de fondo, es un portento de todo lo que se puede llegar a decir sin palabras, concreción máxima de un arte cinematográfico en el que basta la imagen como único medio de expresión. Así pues, la estampa de Mario (Mastroianni) alejándose de espaldas con la única compañía de un chucho callejero que pasaba por allí transmite una idea de la desolación a la altura de los más grandes genios del celuloide.



4 comentarios:

  1. Mucho arte como siempre esperamos del maestro italiano.

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    1. La verdad es que los actores también están muy bien. Pero sí: ésta es una de mis películas preferidas de Visconti.

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  2. Un título de Visconti nada grandilocuente, casi modesto. En cualquier caso, magistral.

    Un abrazo.

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    1. Yo así lo creo. Puede que no sea la película más citada de su filmografía, pero a mí me gusta particularmente.

      Un abrazo.

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