Título original: Nosferatu - Phantom der Nacht
Director: Werner Herzog
Alemania/Francia, 1979, 107 minutos
Nosferatu, vampiro de la noche (1979) |
Pese a tratarse de un remake más o menos fiel del clásico mudo de Murnau, la puesta en escena de Nosferatu - Phantom der Nacht (1979) y, sobre todo, el tratamiento visual de sus imágenes denotan que la mirada del alemán Werner Herzog estaba claramente contaminada por el influjo de la Hammer y su serie de películas protagonizadas por Christopher Lee. En ese sentido, la fotografía de Jörg Schmidt-Reitwein, así como el maquillaje y hasta el diseño de vestuario de Gisela Storch entroncan con una tradición fílmica mucho más reciente (y, por ende, mucho más reconocible para el gran público) que ya no era la del período silente.
Con todo y con eso, la versión que nos ocupa, libre ya de cualquier atadura respecto a los derechos de autor de la novela, restaura el nombre de Drácula para el célebre conde de los Cárpatos —en lugar de Orlok, como lo había rebautizado Murnau—, el cual, en la soberbia interpretación de Klaus Kinski, adquiere una dimensión inusualmente lánguida, muy alejada de anteriores encarnaciones del personaje y, por qué no decirlo, de los habituales tour de force interpretativos del propio y siempre histriónico Kinski. Circunstancia con la que tal vez tuvieron algo que ver, aparte de las indicaciones proporcionadas por Herzog al dirigirlo, las casi cuatro horas diarias de maquillaje a las que se vio sometido el actor.
Las inquietantes momias de Guanajuato con las que se abre el filme, unidas al misticismo de la música de Wagner y a las composiciones del grupo Popol Vuh que sirven de banda sonora, confieren al conjunto una impronta enigmáticamente pausada en la que la belleza marmórea de Lucy (Isabelle Adjani) ejerce un influjo irresistible sobre el Príncipe de las Tinieblas. Dato que no deja de ser curioso, ya que este Drácula, a diferencia de sus antecesores, se lamenta por el hecho de no poder envejecer y morir como todos los mortales. Detalle quizá irrelevante, en vista de que al final de la historia será Harker (Bruno Ganz) quien continúe esparciendo el mal sobre la faz de la tierra.
Aparte de por su aura contemplativa, la cinta de Herzog, rodada parcialmente en Alemania, Holanda y la antigua Checoslovaquia, destaca también por los miles de ratas que se utilizaron durante la filmación. Blancas, al parecer, pero pintadas de gris a requerimiento del cineasta, lo cual suscitó alguna que otra queja entre los miembros del equipo por presunto maltrato animal. Sea como fuere, lo cierto es que Herzog llegaría a comentar irónicamente que los roedores, transmisores de una mortífera epidemia de peste en la ficción, se comportaron mejor durante el rodaje que el un tanto irascible Klaus Kinski…
La vi. Una obra maestra del cine, diría que una buena remake.
ResponderEliminarNo había pensado en eso. Pero sí que tiene alguna influencia de la Hammer, lo que es algo positivo.
La actriz indicada para interpretar a Lucy.
El desenlace es digno de elogio.
Saludos.
El final, ya que lo comentas, se desmarca del de la película muda, donde Harker no se convertía en vampiro.
EliminarSaludos.
Una película notable, incluso fascinante.
ResponderEliminarUn abrazo.
Herzog sabe crear una atmósfera muy particular, ciertamente.
EliminarUn abrazo.