lunes, 8 de julio de 2024

Adiós al macho (1978)




Título original: Ciao maschio
Director: Marco Ferreri
Italia/Francia, 1978, 114 minutos

Adiós al macho (1978) de Marco Ferreri


Ahora que tanto se habla de la nueva masculinidad, cobra especial relevancia lo que el siempre lúcido Ferreri expuso en Ciao maschio (1978), película íntegramente rodada en Nueva York y en inglés. De entrada, conviene puntualizar que el cineasta italiano, tan dado al sarcasmo y a una visión desencantada de la realidad, se rodeó de dos guionistas de excepción (Gérard Brach y Rafael Azcona) para darle forma a su idea de cómo la decadencia de la sociedad capitalista conlleva, al mismo tiempo, un mundo en el que lo viril ha entrado en crisis. No cabe duda de que el resultado, como suele ser habitual con la mayor parte de títulos que conforman su filmografía, se presta a muy diversas interpretaciones, casi todas controvertidas, cuando no ambiguas.

Para empezar, el hecho de que un grupo teatral compuesto íntegramente por mujeres promueva que una de las integrantes viole a Lafayette (Gérard Depardieu) delante de las otras, como si de una especie de ritual se tratase, pudiera dar pie a una lectura un tanto feroz de lo que supone el feminismo militante, si bien ello ofrece también una visión avant la lettre de un cierto tipo de empoderamiento femenino. Circunstancia que contrasta enormemente con la actitud un tanto indecisa de algunos personajes masculinos, como por ejemplo la del viejo y asmático Luigi (Marcello Mastroianni).

"¿Por qué?"


Por otra parte, la cinta es rica en una simbología de carácter animalesco cuyo detalle más llamativo consiste en el descomunal cuerpo sin vida de King Kong que yace a los pies de las Torres Gemelas. Que haya que ver en dicho monstruo una metáfora del ocaso de la virilidad masculina queda a criterio de cada espectador. Sin embargo, la cría de chimpancé que aparece entre esos restos y que Lafayette adoptará como si de un hijo se tratase (dándole, además, el nada original nombre de Cornelius, en alusión a El planeta de los simios) pone de manifiesto un instinto paternal que apunta en la dirección de una clara inversión de los roles tradicionales.

En última instancia, la plaga de ratas que devoran cuanto se encuentra a su alcance, así como el singular museo de cera temático a propósito del antiguo Imperio Romano, aluden a una constante idea de hundimiento, de civilización al borde del colapso cuyo declive es inminente. Un poco en esa misma línea ridículamente pitopáusica de lo que un par de años más tarde propondría Fellini, compatriota y compañero de generación de Ferreri, en La città delle donne (1980).



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