miércoles, 31 de julio de 2024

Supergirl (1984)




Director: Jeannot Szwarc
EE.UU./Reino Unido/Países Bajos, 1984, 125 minutos

Supergirl (1984) de Jeannot Szwarc


Todo parece indicar que a los responsables de la franquicia Superman, sabedores del sesgo sexista en el planteamiento de la mayor parte de historias de superhéroes, les pareció oportuno darle un giro en clave femenina a su próximo proyecto. De modo que, a grandes rasgos, la protagonista de Supergirl (1984) constituye el reverso de lo que Clark Kent había sido en las anteriores entregas de la saga. Prima del susodicho, la rubia Kara Zor-El (Helen Slater) llega a la Tierra, con su minifalda y capa rojas, procedente de Argo, mundo heredero de Kriptón y, como aquél, en grave peligro de extinción.

Una vez en nuestro planeta, y a modo de disimulo, adoptará la identidad de Linda Lee, alumna interna (y ahora morena) en un selecto instituto para chicas donde coincidirá, casualidades del destino, con Lucy Lane (Maureen Teefy), la hermana de Lois Lane. Y, por si esto no fuera poco, también se pasa por allí de visita el fotógrafo Jimmy Olsen (Marc McClure), lo que lo convierte en el único personaje/actor presente en todos los títulos de la serie.



Claro que a cada héroe le toca en suerte su correspondiente adversario, así que Supergirl no podía ser menos. La antagonista, en su caso, será Selena (Faye Dunaway), especie de bruja malévola en cuyo poder se encuentra el potentísimo omegaedro, artilugio esférico con poderes mágicos del que depende la supervivencia de Argo y que lo mismo puede hacer maravillas que auténticos desastres si cae en las manos equivocadas.

Independientemente del renombre de algunas de las estrellas que integraron el reparto (además de los ya mencionados, también interpretan papeles secundarios Mia Farrow o el mismísimo Peter O'Toole), el resultado final carece bastante de interés. Y si bien es cierto que los efectos especiales y los decorados tienen pinta, aunque hoy se vean un pelín obsoletos, de haber sido costosos para lo que eran los estándares de la época, el insulso guion de David Odell no logra ir más allá de una tediosa y algo confusa lucha entre el bien y el mal.



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