Título original: L'Atlantide/Die Herrin von Atlantis
Director: Georg Wilhelm Pabst
Francia/Alemania, 1932, 90 minutos
La Atlántida (1932) de G.W. Pabst |
Antinéa ! Chaque fois que je l’ai revue, je me suis demandé si je l’avais bien regardée alors, troublé comme je l’étais, tellement, chaque fois, je la trouvais plus belle. Plus belle ! Pauvre mot, pauvre langue. Mais vraiment est-ce la faute de la langue, ou de ceux qui galvaudent un tel mot ?
Pierre Benoit
L'Atlantide
—Al menos podríamos enterrarlo... —dice una joven al intuir un esqueleto medio sepultado entre las dunas—. "¿Para qué?" le responde uno de los hombres desde lo alto de su dromedario: "Esta noche el viento habrá vuelto a barrer la arena. Así es el Sáhara, señorita". He ahí la esencia de una película que, como ya hiciera, una década antes, la primera adaptación cinematográfica de La Atlántida, ahonda en el poder subyugador que el páramo y la leyenda ejercen sobre quienes caen irremisiblemente en sus redes.
El encargado de dirigir las tres versiones sonoras (en francés, alemán e inglés) fue Georg Wilhelm Pabst, lo cual añadía al conjunto una interesante veta germánica, subrayada, además, por la presencia estelar de la actriz Brigitte Helm (célebre por haber encarnado a la María de Metrópolis) en el papel de reina Antinea.
A diferencia de la puesta en escena de casi tres horas que Jacques Feyder concibiera para el filme mudo, Pabst opta por prescindir de lo accesorio y centrarse en los aspectos más psicoanalíticamente atractivos del personaje femenino: la pulsión erótica que la lleva a ejercer como fría dominatriz de los hombres hasta acabar con ellos, o incluso instigando al capitán Saint-Avit (Pierre Blanchar) para que mate a martillazos a su compañero Morhange (de nuevo interpretado, como en la versión muda, por Jean Angelo).
Todo lo cual acaba redundando en una mayor ambigüedad argumental, un distanciamiento (si se prefiere) en el que las motivaciones de los protagonistas no resultan tan claras y cuya consecuencia más llamativa es esa atmósfera de ensoñación, en mitad de una impetuosa tempestad de arena, en que queda envuelto el desenlace.
A diferencia de la puesta en escena de casi tres horas que Jacques Feyder concibiera para el filme mudo, Pabst opta por prescindir de lo accesorio y centrarse en los aspectos más psicoanalíticamente atractivos del personaje femenino: la pulsión erótica que la lleva a ejercer como fría dominatriz de los hombres hasta acabar con ellos, o incluso instigando al capitán Saint-Avit (Pierre Blanchar) para que mate a martillazos a su compañero Morhange (de nuevo interpretado, como en la versión muda, por Jean Angelo).
Todo lo cual acaba redundando en una mayor ambigüedad argumental, un distanciamiento (si se prefiere) en el que las motivaciones de los protagonistas no resultan tan claras y cuya consecuencia más llamativa es esa atmósfera de ensoñación, en mitad de una impetuosa tempestad de arena, en que queda envuelto el desenlace.
Hola Juan!
ResponderEliminarPues te diré que me la he visto esta tarde y me ha encantado. Aun vista en el ordenador (en Filmin no esta...) ha logrado cautivarme, me gusta esa "atmósfera de ensoñación" a la que haces referencia, si me apuras hasta te diré que ese clásico chisporroteo de copia antigua le sienta bien.
Algo tienen las historias con desierto, siempre me acaban enganchando. Me ha parecido estupenda esa especie de elipsis (1:19:15) con el ruido del avión y el ventilador.
Gracias por la recomendación y el enlace. Ahora me falta ver la versión muda.
Saludos!
Pues ya que hablamos de cine y desierto, Fran, no estaría de más señalar la debilidad que los directores de los años treinta sintieron por el tema. Aparte de ésta, ahí están títulos como "Morocco" (1930) de von Sternberg para corroborarlo.
EliminarY si te animas a comparar las dos versiones de "La Atlántida", verás que la muda (que dura casi el doble) aclara muchísimos aspectos de la historia.
Gracias por pasar y por dejar un comentario.
Saludos.