martes, 7 de agosto de 2018

¡Adiós, cigüeña, adiós! (1971)




Director: Manuel Summers
España, 1971, 90 minutos

¡Adiós, cigüeña, adiós! (1971) de Summers


Entrañable es un vocablo que se queda corto para calificar el cine de Summers, habida cuenta de la extrema sensibilidad que el director andaluz siempre demostró a la hora de tratar en sus películas temas vinculados con la infancia o la tercera edad. Algo que en seguida salta a la vista en el que fue, sin ningún género de dudas, uno de los hitos de su carrera tanto comercial como artísticamente. 

Ya desde el propio título, ¡Adiós, cigüeña, adiós! pone de manifiesto la complicidad del adulto capaz de adoptar el punto de vista de unos niños que se ven en la tesitura de liberarse de la santurronería impuesta por sus mayores. En ese sentido, el mito de la cigüeña, como el de la rana y tantos otros por el estilo, están presentes en el imaginario tardofranquista en el que se hallan inmersas unas criaturas que, sin embargo, deberán ir descubriendo por su cuenta lo que nadie ha querido explicarles.



Atreverse a combinar sexualidad con infancia en la España del 71 era, por descontado, más una temeridad que un atrevimiento, aunque Summers, con la misma ternura que ya evidenciara en Del rosa al amarillo (1963) o La niña de luto (1964), demostró que la empresa no sólo era viable, sino un rotundo éxito de taquilla aquí y en países como Francia o Colombia, que se vería coronado, dos años más tarde, por la ineludible secuela, titulada El niño es nuestro.

"Si lo que escribo sobre la generación de los hombres escandaliza a las personas impuras, que se acusen de su impureza y no de mis palabras", se dice en los títulos de crédito parafraseando a San Agustín. En otras ocasiones, en cambio, para subrayar la inocencia de los personajes, las citas bíblicas se utilizan con una finalidad decididamente humorística, como en la escena en la que Arturo (Francisco Villa) y Paloma (María Isabel Álvarez) dan un paseo en barca por el estanque del Retiro:

ARTURO: No hicimos nada malo. 
PALOMA: No estoy muy segura. 
ARTURO: Es que Dios dijo que nos amásemos los unos a los otros. 
PALOMA: Sí, pero no tanto. 
ARTURO: ¡Ya no somos unos niños! 
PALOMA: Ya lo sé. Todos los días me lo dices...


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