jueves, 7 de diciembre de 2017

Lacombe, Lucien (1974)
















Director: Louis Malle
Francia/Italia/Alemania, 1974, 140 minutos



Los personajes de Lacombe, Lucien responden a una amoralidad tan poco frecuente en el cine de entonces (y, por desgracia, en el de ahora...) que no es de extrañar que la película de Louis Malle dejase descolocado al público francés de hace cuarenta años. Porque abordar el siempre peliagudo tema de la ocupación nazi, y el consiguiente colaboracionismo, no deja a nadie indiferente en el país vecino y menos cuando las heridas de la guerra aún distaban de haber cicatrizado.

Escrito a medias con el hoy Premio Nobel Patrick Modiano, el filme pone al espectador en la tesitura de tener que soportar que un rudo mozalbete de apenas dieciocho años y escasas luces se le suba a las barbas a personas respetables y del todo inocentes. Es lo que tiene la impunidad que da el trabajar para la policía alemana y Lucien Lacombe (interpretado por el veinteañero Pierre Blaise, fallecido un año más tarde en accidente automovilístico) enseguida aprenderá a sacar partido de dicha posición, aunque sea delatando a viejos conocidos de su entorno familiar.

Albert Horn (el sueco Holger Löwenadler) y Lucien (Pierre Blaise)

Pero hete aquí que, un buen día, Lucien entra en contacto con los Horn, una familia de judíos que huyó del París ocupado para refugiarse en el sur de Francia a la espera de poder emigrar a España. El padre, sastre de profesión, le hará un traje de golf a medida al joven, aunque de lo que realmente se quedará prendado es de la belleza de la hija del hombre, sintomáticamente llamada France (Aurore Clément). A partir de ese momento las visitas de Lucien al destartalado piso de los Horn se van a volver habituales, tomándose unas confianzas y unas libertades con los inquilinos sólo toleradas por la extrema necesidad en la que se ven, si bien la abuela (Therese Giehse) manifiesta abiertamente su aversión por el muchacho pese al mutismo selectivo que practica.

De todos modos, el trato continuado con la joven favorecerá que se opere un ligero cambio en Lucien, quien decidirá huir con la hija y la abuela cuando los alemanes se presenten en el domicilio familiar. Demasiado tarde, en cambio, para el padre, deportado a un campo de concentración sin que Lucien haga gran cosa para evitarlo. Es ahí donde reside la clave de lo que llamamos amoralidad al inicio de estas líneas: que France, mujer bella, refinada y gran intérprete de Beethoven al piano, se deje querer por un personaje sin escrúpulos y tan falto de inteligencia es una clara alegoría de lo que ocurrió con todo un país al permitir que el Mariscal Pétain entregase la nación a los alemanes. Hannah Arendt lo llamaría "banalización del mal": Louis Malle, por su parte, se atrevió a contarlo en imágenes.

Lucien y France (Aurore Clément) con la abuela durante la huida

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