miércoles, 1 de enero de 2025

El gatopardo (1963)




Título original: Il gattopardo
Director: Luchino Visconti
Italia/Francia, 1963, 186 minutos

El gatopardo (1963) de Luchino Visconti


Había terminado ya el rezo cotidiano del rosario. Durante media hora la voz sosegada del príncipe había recordado los misterios gloriosos y dolorosos, durante media hora otras voces, entremezcladas, habían tejido un rumor ondulante en el cual se habían destacado las flores de oro de palabras no habituales: amor, virginidad, muerte, y durante este rumor el salón rococó parecía haber cambiado de aspecto. Hasta los papagayos que desplegaban las irisadas alas sobre la seda de las tapicerías habían parecido intimidados, incluso la Magdalena, entre las dos ventanas, había parecido una penitente y no una bella y opulenta rubiaza perdida en quién sabe qué sueños, como se la veía siempre.

Giuseppe Tomasi di Lampedusa
El Gatopardo
Traducción de Fernando Gutiérrez

La que para muchos es la obra cumbre de Visconti gira en torno a temas como la añoranza de una forma de vida que languidece o la propia decadencia de un hombre maduro cuya estrella se apaga en paralelo con esos mismos valores ancestrales. Lo cierto es que Il gattopardo (1963) representa la mejor versión de un cineasta que supo aunar la tradición aristocrática de sus orígenes familiares y una forma completamente artesanal de entender la puesta en escena.

El ambiente que muestra la película, el de los lujosos palacios sicilianos en cuyos salones se celebran elegantes bailes de gala al son de los valses de Verdi, tiene los días contados ante el avance imparable de una burguesía emergente que, primero a hombros de Garibaldi y sus Camisas Rojas y después bajo las riendas de la Casa de Saboya, impone el nuevo statu quo que cristalizará en la unificación italiana.



Don Fabrizio Salina (Burt Lancaster) encarna los ademanes señoriales de quien contempla impasible el curso de la historia. A fin de cuentas, sus estrechos esquemas mentales de viejo noble provinciano no conciben la posibilidad de que el advenimiento de un nuevo orden social pueda reducir a cenizas el mundo tal y como él lo concibe, fruto de siglos de privilegios de clase. Aunque su sobrino, el maquiavélico Tancredi (Alain Delon), verbaliza mejor que nadie cuál es el verdadero signo de los tiempos: "Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie...".

Haciendo gala de un estilo visual opulento y barroco, en magnífico Technicolor, Visconti logra una meticulosa ambientación tanto en lo concerniente al vestuario como a los decorados. A este respecto, sus largos planos secuencia y la elegancia de los movimientos de cámara contribuyen a crear una atmósfera de ensueño y melancolía. La misma que experimentará el protagonista en el último plano del filme cuando, cansado y abatido, deambule por las callejas del lugar hacia una muerte casi segura.

Una furtiva lágrima...


4 comentarios:

  1. Una magnífica película, con muchos momentos de gran brillantez, con ese aire pictórico en muchas de las escenas que se ve han sido planificadas por Visconti al detalle, en cuanto al entorno, distribución de los personajes, colocación de la cámara, etc.
    Bendita sea la imposición que le hicieron a Luchino Visconti para que incluyera a un actor norteamericano entre los protagonistas del film. Las iniciales reticencias del italiano, se trocaron en una estrecha colaboración cuando se dio cuenta de que Lancaster era el Don Fabrizio perfecto y es que el actor logra una interpretación de magnífico nivel difícilmente superable.

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    1. De hecho, dicen las malas lenguas que el apolíneo Alain Delon era el preferido de Visconti, por lo que el rodaje no debió resultar nada fácil para Burt Lancaster.

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  2. Tampoco la belleza de Claudia Cardinale es ajena a la fascinación que transmite esta película extraordinaria.

    Un abrazo.

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    1. Por supuesto. De hecho, su personaje simboliza el ascenso de una nueva clase social con la que la vieja aristocracia se apresura a emparentar para asegurarse la supervivencia.

      Un abrazo.

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