Director: Paul Schrader
Canadá/EE.UU./Israel, 2024, 91 minutos
Oh, Canada (2024) de Paul Schrader |
La insumisión en una sociedad tradicionalmente militarista como la estadounidense debe tener unas connotaciones transgresoras que a nosotros tal vez se nos escapen. El caso es que al veterano Paul Schrader le sirve de pretexto para adentrarse con Oh, Canada (2024), su última película, en una interesante reflexión a propósito de la figura de un prestigioso cineasta, enfermo terminal de cáncer. Con motivo del documental que le dedican unos antiguos alumnos suyos, el hombre repasará buena parte de su trayectoria vital desde que un buen día, a finales de los sesenta, cuando era apenas un veinteañero recién casado que vivía en Richmond, Virginia, con su mujer e hijo, tomó la firme determinación de declararse objetor de conciencia y huir a Canadá, abandonando a su propia familia, para así evitar que lo enviaran a la guerra de Vietnam.
De modo que el espectador se encuentra ante una serie de recuerdos desordenados, a veces en color, a veces en blanco y negro, incluso con distintos formatos de pantalla, que nunca se sabe muy bien si responden a vivencias reales del protagonista o más bien a las ensoñaciones de un moribundo. Richard Gere, en cualquier caso, desempeña un papel alejado de su habitual imagen de sex-symbol para mostrarse más humano en esta faceta de personaje agónico que rinde cuentas ante la cámara de lo que fue su vida.
Así pues, a lo largo de la hora y media que dura la película veremos a Leo Fife desdoblarse en su yo joven (interpretado por el australiano Jacob Elordi), si bien hay ocasiones en las que la versión adulta irrumpe en el pasado, un poco al estilo de lo que hacía Victor Sjöström en Fresas salvajes (1957) de Bergman. En cambio, es en el presente donde se desatan los reproches de una esposa (Uma Thurman) que durante el transcurso de la grabación descubre varias cosas que quizás no sabía de su marido.
Por lo demás, poco se puede añadir respecto a una cinta un tanto irregular que a menudo produce la sensación de que no acaba de alcanzar plenamente todo su potencial. Se intuye, eso sí, la envergadura de lo que Schrader se proponía hacer en términos narrativos, aunque el intento no termina de cuajar, bien sea por falta de intensidad dramática o bien por falta de claridad a la hora de exponer que el autoexilio de Fife supuso un gesto pacifista antes que un acto de cobardía.
No siempre salen las cosas redondas.
ResponderEliminarDigamos que el director y guionista norteamericano, pese a contar en su haber con una excelente filmografía, hace ya algún tiempo que viene dando señales de cansancio.
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