jueves, 6 de mayo de 2021

El presidio (1954)




Director: Antonio Santillán
España, 1954, 95 minutos

El presidio (1954) de Antonio Santillán


Arranque contundente para un filme de título no menos rotundo: los primeros seis minutos de El presidio (1954) transcurren en el interior de la cárcel Modelo de Barcelona sin que se deje oír ni una sola frase. Desfile de los internos a última hora de la noche bajo la atenta mirada de los guardias que vigilan la galería antes de clausurar las celdas. Y, sin embargo, están a punto de saltar todas las alarmas cuando se percaten de que un preso acaba de escaparse. Huida del prófugo campo a través mientras los civiles le pisan los talones: "Es inútil buscar una salida..." —comenta su voz en off. Acto seguido, da comienzo uno de los varios flashbacks que contiene la película, en este caso para hacernos saber que Pablo Jiménez Roca (ése es su nombre completo) dio con los huesos en prisión por culpa de una mujer.



Ana (Isabel de Castro) es una femme fatale un tanto sui géneris, ya que irá paulatinamente evolucionando hasta abominar de su pasado: curiosa transformación por parte de la misma persona que había sido capaz de involucrar en un atraco —a una industria química— al ingenuo individuo que bebía los vientos por ella. Pero Pablo (Carlos Otero) tiene ahora otros problemas a los que hacer frente en su día a día. Por ejemplo, eludir el acoso al que le someten sus antiguos compinches, hoy cautivos en la misma sección del penal que él. Liderados por el astuto Pedro Ramírez Pacheco, malhechor erudito (al que da vida el húngaro Barta Barri) que lo mismo sabe de leyes que de lenguas románicas y que además es profesor de educación física.



La cotidianidad carcelaria se rige por unos parámetros que hacen de la penitenciaría un microcosmos en el que cada cual desempeña su papel. Así pues, Casimiro (Gila) es el loco o gracioso, siempre a vueltas con remedios medicinales a base de limón (cuando no pensando en si debería casarse con su novia). En cambio, el padre Santiago (Manuel Gas), enfundado de contino en su sempiterno hábito monacal, representa la cara amable de las fuerzas vivas, cuyo lado más oscuro se concreta, simbólicamente, en el retrato al óleo de Franco que preside el despacho del director.

El parecido físico entre el inspector y el Caudillo parece deliberado


De hecho, no deja de ser enormemente llamativo el modo en que son caracterizados los personajes, hasta el extremo de que los reos acaban resultando más simpáticos que los propios dirigentes del presidio. Es el caso, sin ir más lejos, de Pablo, que delinquió por amor y, sobre todo, del fornido Martín (Luis Induni), ese padrazo que se desvive por su hijito Jorge y que se ganará el corazón del espectador en la secuencia en que, vestido de Rey Melchor, se ve obligado a consolar al niño sin que éste sea consciente de la verdadera identidad del monarca. En definitiva, y a pesar de tratarse de un panfleto a mayor gloria de la Dirección General de Prisiones, lo cierto es que son muchas las virtudes de una puesta en escena que denota la pericia de su director, el siempre reivindicable Antonio Santillán.



4 comentarios:

  1. A pesar de su tono propagandístico, por lo que cuentas, tampoco es demasiado amable con los carceleros.

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    1. Y de ahí su innegable interés. Te la recomiendo encarecidamente.

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  2. Hola Juan!
    Muchas gracias por el enlace, tengo especial predilección por este genero carcelario y desconocía por completo este titulo. La veré con suma atención.
    Saludos!

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    1. A mí me ha parecido una obra maestra en su género. Espero que te guste.

      Por cierto, un detalle curioso: fíjate que aparece fugazmente el "Pescaílla" tocando la guitarra.

      Saludos.

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