sábado, 15 de mayo de 2021

El discreto encanto de la burguesía (1972)




Título original: Le charme discret de la bourgeoisie
Director: Luis Buñuel
Francia, 1972, 102 minutos

El discreto encanto de la burguesía (1972)


Escribimos cinco versiones diferentes del guion. Había que encontrar su justo equilibrio entre la realidad de la situación, que debía ser lógica y cotidiana, y la acumulación de inesperados obstáculos que, no obstante, no debían parecer nunca fantásticos o extravagantes. El sueño vino en nuestra ayuda, e, incluso, el sueño dentro del sueño. Por último, me sentí particularmente satisfecho de poder dar en esta película mi receta del Dry-Martini.

Luis Buñuel
Mi último suspiro
Traducción de Ana Mª de la Fuente

Un grupo de personas que, sin que haya un impedimento visible, no logran llevar a cabo lo que se proponen. He ahí el planteamiento básico de varios títulos de la filmografía buñueliana, siendo los más célebres El ángel exterminador (1962) y el filme que ahora nos ocupa. En el caso de Le charme discret de la bourgeoisie (1972) los deseos fallidos se reducen básicamente a dos: cenar y consumar el acto sexual. Como se ve, actividades vinculadas, en términos freudianos, al principio de placer y a las que las constantes pesadillas que atenazan a los personajes añaden, por contraste, el principio de realidad, que es el otro gran pilar de la teoría psicoanalítica.

Tanto Buñuel como Jean-Claude Carrière explicaron en múltiples ocasiones cuál había sido el origen de su inspiración: el productor Serge Silberman (1917–2003) había invitado a varios amigos a cenar a su casa, olvidando que en esa misma fecha él ya tenía otro compromiso. De modo que cuando los comensales acudieron a la cita se encontraron con la esposa del anfitrión, que tampoco había sido prevenida, a punto de irse a dormir. La escena, por cierto, aparece recreada tal cual al principio de la película.



Y así, se van sucediendo las situaciones sin un nexo preciso que permita verbalizar cuál es el vínculo entre todas ellas, más allá de una insistencia recurrente (y casi obsesiva) a propósito de la muerte. A este respecto, hasta en cuatro ocasiones aparecen fantasmas en los sueños de los protagonistas, entre los cuales la difunta madre (interpretada por Amparo Soler Leal) del niño y futuro oficial del ejército que aborda a las mujeres en un salón de té para contarles su historia.

Circunstancias, a cuál más asombrosa, que denotan el gusto de don Luis por recrearse, una y mil veces, en la transgresión iconoclasta de la religión y el poder. De ahí la presencia de un obispo (Julien Bertheau) con vocación de jardinero y dispuesto a vengarse del asesino de sus padres (sobre el que dispara a bocajarro), militares que fuman marihuana antes de iniciar unas peligrosas maniobras en los alrededores de la casa o hasta un embajador (Fernando Rey) que trafica con cocaína. Manifestaciones, en su mayor parte, de una violencia soterrada que termina aflorando a pesar del encanto burgués de los protagonistas, quienes, sin rumbo fijo ni causa que los impulse, deambulan en silencio por una carretera secundaria cuyo destino nadie conoce.



6 comentarios:

  1. Una crítica social absolutamente transgresora.

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    1. "Cualidad" que podría hacerse extensible a buena parte de la filmografía de su autor.

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  2. ¿A dónde van los burgueses? Podría ser el título del artículo de un dominical. Pero Buñuel, como bien señalas, plantea preguntas, no ofrece respuestas.

    Un abrazo.

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    1. En todo caso, su destino (y, con ellos, el del resto de la humanidad) no parece ser muy halagüeño.

      Un abrazo.

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  3. Ese afiche es bastante reconocible. Buñuel es otro que me debo ver su filmografía, por lo menos algo!! ja. Saludos.

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    1. Pues lo tienes Fócil, JLO: recuerda que hay varias entradas, de las que le he dedicado a Buñuel últimamente, que contienen el enlace para ver la película.

      Saludos.

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