viernes, 25 de enero de 2019

El gran Lebowski (1998)




Título original: The Big Lebowski
Directores: Joel Coen y Ethan Coen
EE.UU., 1998, 117 minutos

El gran Lebowski (1998) de Joel y Ethan Coen


¿Qué ingredientes se deben dar cita en una película para que ésta se convierta en objeto de culto? De haber una respuesta específica a tan capciosa pregunta, probablemente consistiría en un listado de elementos que, en su mayor parte, se hallan presentes en El gran Lebowski. Por ejemplo, un protagonista de lo más peculiar que suelte frases lapidarias (sobre alfombras o sobre Vietnam, eso da igual), pero susceptibles de convertirse, con el tiempo y una caña, en aforismos que cualquier cinéfilo reconozca y aun utilice de vez en cuando. O que tenga algún hábito fácilmente identificable, como el beber White Russians con la misma frecuencia y avidez que quien come caramelos.

A los hermanos Coen los pintaron para fabricar filmes memorables según la anterior fórmula, lo mismo en el terreno de la comedia (Arizona Baby, O Brother!) que en el del thriller (No es país para viejos). Y a menudo con ese toque ligeramente kafkiano, heredado tal vez de una cierta tradición judía, que los convierte en dignos herederos, salvando las distancias, de otros hermanos que marcaron época: los Marx.

El Nota (por siempre jamás unido a la imponente efigie de Jeff Bridges) es, por así decirlo, la versión sofisticada de un zángano: un individuo sin oficio ni beneficio, hippy trasnochado, fan de los Credence y, al igual que la singular corte de secundarios que lo rodean, empedernido jugador de bolos. De entre estos últimos, comparte protagonismo con The Dude el orondo Walter (John Goodman), especie de gurú-sionista converso-veterano de guerra cuyo paso por el ejército le dejó notables secuelas en su particular forma de percibir la realidad.



Y así podríamos seguir hablando, largo y tendido, de la pléyade de antihéroes, la mayoría episódicos, que pueblan el reparto de El gran Lebowski y que, como el arrogante y hortera Jesús Quintana (John Turturro) en el ámbito de la bolera, se irán cruzando en el accidentado camino de El Nota para dar con la solución que lo libere del mortificante acoso de un multimillonario en silla de ruedas y su cortejo de matones nihilistas.

Sin embargo, valdría la pena llamar la atención, por último, a propósito de la enorme cantidad de referencias cinéfilas (otro de los rasgos definitorios, por cierto, del estilo de los Coen) que encierra un filme como éste y que van, entre muchas otras, desde el jefe de policía de Malibú remedando al sargento Hartman de La chaqueta metálica (1987) hasta la oreja arrancada de un mordisco y escupida al aire, en el clímax de la historia, que alude claramente a El expreso de medianoche (1978).


2 comentarios:

  1. Sin duda una revisión muy particular del universo de Raymond Chandler.

    Un abrazo.

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    1. Y del propio universo de los Coen, que son capaces de tomar de aquí y de allá (el pintaúñas en el pie de una Lolita, el pasillo entre las piernas de una legión de esbeltas bailarinas de "La calle 42"...) para crear algo radicalmente nuevo y original.

      Gracias por tu comentario y hasta pronto.

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