domingo, 5 de noviembre de 2017

La venganza de don Mendo (1962)




Director: Fernando Fernán Gómez
España, 1962, 84 minutos



DON MENDO: ¡Viva el cielo, venga el duelo! 
DON PERO: ¡Vive Dios, aunque sean dos! 
DON MENDO: ¡Habéis de medir el suelo!
DON PERO: ¡Habéis de medirlo vos! 
DON MENDO: ¡Por mi dama, vive el cielo! 
DON PERO: ¡Por mi dama, vive Dios!

Pedro Muñoz Seca
La venganza de don Mendo (1918)

La primera vez que oí hablar de La venganza de don Mendo (de la película, se entiende: que de la obra homónima de don Pedro Muñoz Seca tuve cumplida noticia en COU) fue durante mi último año de universidad, un día que hojeaba distraídamente un libro sobre adaptaciones cinematográficas de clásicos de la literatura castellana. Recuerdo que lo que más me llamó la atención en aquel entonces (¡bendita inocencia!) fue el hecho de que Fernando Fernán Gómez hubiese sido director además de actor.

La segunda ocasión, muchos años después, fue ya como profesor, cuando unos alumnos (un par de gemelos simpatiquísimos, altos como torres, que lo mismo recitaban de memoria a Esquilo que los ripios de Muñoz Seca) me la recomendaron encarecidamente, advirtiéndome, incluso, que sería una elección ideal para verla en clase o hasta como objeto de alguno de nuestros cinefórums. Hoy, por fin, he tenido oportunidad de comprobar cuánta razón tenían.



Así, a bote pronto, se me ocurre que visualmente se parece muchísimo a otras dos películas ambientadas en la Edad Media, ambas posteriores: una es la adaptación de La Celestina que llevó a cabo César Fernández Ardavín en 1969; la otra, francesa, es Perceval le Gallois (1978), dirigida por Éric Rohmer a partir de la novela de Chrétien de Troyes. Aunque las dos obedecen a planteamientos mucho más serios que la astracanada, comparten, sin embargo, una similar estilización de los decorados y un mismo colorido en lo que a fotografía se refiere (si Fernán Gómez contó con los servicios de Aguayo, La Celestina se benefició de la pericia de Raúl Pérez Cubero y el Perceval de Rohmer nada más y nada menos que del maestro Néstor Almendros).

Pero, volviendo al tema que nos ocupa, si algo destaca en esta versión de La venganza de don Mendo es el uso reiterado del anacronismo, forma de subrayar el carácter satírico del texto original. De modo que Magdalena (Paloma Valdés) protagoniza un atrevido estriptis a ritmo de jazz o asistimos a una mazmorra de castigo donde uno de los peores suplicios es recibir una ducha perpetua (ya se sabe que, en cuestión de hábitos de higiene, el medievo no fue precisamente ejemplar...) La otra característica destacable de la puesta en escena es la obstinada utilización de elementos deliberadamente irrisorios, a saber: antorchas de celofán, escudos de armas que declaran a las claras el nombre del noble que los lleva (el de don Pero Collado, duque de Toro, contiene una colina, un asta y... una pera), pelucas que se nota que son pelucas, chorros de sangre que brotan en forma de surtidor de las víctimas malheridas en duelo... Hasta el mencionado duque (Juanjo Menéndez) tendrá la mala fortuna de situarse en varias ocasiones ante alguno de esos blasones, propiciando un curioso efecto óptico a resultas del cual se acentúa su condición de cornudo.

Bien, esto es todo: la espera para ver la película, al cabo de tantos lustros, ha valido la pena. Puede que estos engendros teatrales ya no estén hoy día muy en boga, pero forman parte de nuestro legado y siempre es provechoso conocerlos, como mínimo. Aplausos. Baja el telón. "Sabed que menda... es don Mendo y don Mendo... mató a menda."


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