sábado, 24 de septiembre de 2016

La pianista (2001)




Título original: La pianiste
Director: Michael Haneke
Austria/Francia/Alemania, 2001, 131 minutos

La pianista (2001) de Michael Haneke


Como un ciclón, la profesora de piano Erika Kohut entra atropelladamente en la casa que comparte con su madre. La madre suele llamar a Erika su pequeño torbellino, porque los movimientos de la niña son a veces de una rapidez extremada. Intenta escabullirse de la madre. Erika se acerca al final de sus treinta. Por edad, la madre podría fácilmente ser su abuela. Erika había venido al mundo después de muchos años de duro matrimonio. El padre había cedido de inmediato el bastón de mando a la hija y había desaparecido del escenario. Erika aparece, él desaparece.

Elfriede Jelinek
La pianista
Traducción de Pablo Diener Ojeda

Tres años antes de que la novelista Elfriede Jelinek fuese galardonada con el premio Nobel de literatura, el siempre controvertido Michael Haneke ya había llevado a cabo la adaptación cinematográfica de La pianista. En general, suele decirse que los admiradores y detractores del cine de Haneke se dividen a partes iguales, quizá porque lo descarnado de muchas de sus imágenes contribuye a que se le adore o se le odie, sin término medio. En todo caso, lo que no puede negarse es su maestría a la hora de dirigir a los actores, así como la habilidad para incomodar al espectador.

Porque si algo tienen en común sus películas es que muestran cómo la realidad puede ser mucho más inquietante que cualquier filme de terror. Véase si no el caso de Erika Kohut (Isabelle Huppert): víctima de una relación absolutamente malsana con su madre (Annie Girardot), la protagonista alberga en su interior toda una serie de traumas que la atenazan hasta el punto de hacerla incapaz de amar o de ser amada. Incapaz, hasta que irrumpe en su vida el apuesto y un tanto arrogante Walter (Benoît Magimel). Pero, lejos de suponer un catalizador que dé rienda suelta a tantos deseos reprimidos, la aparición del joven no hará sino complicar y precipitar las cosas.



Vi La pianista por primera vez hace quince años, en una sesión del cine Méliès en la que no faltaron los habituales aprensivos abandonando la sala horrorizados (lo cual sucedía, por otra parte, bastante a menudo en aquel entonces). Lógicamente, la película me impactó todo lo que puede impactar una mujer rasgándose los genitales con una cuchilla en plan Buñuel o clavándose un puñal en el corazón (creo no desvelar nada a estas alturas y, si no, lo siento). Pero lo verdaderamente importante es que, tanto tiempo después, al enfrentarme de nuevo a la soberbia interpretación de la Huppert me he dado cuenta de que tal vez la mayoría de filmes de Haneke no aguantan bien un segundo visionado: siendo, como son, un poco efectistas, se pasa uno la mayor parte de la proyección esperando a que llegue tal o cual escena.

Cierto que a lo mejor hay que ir más allá y fijarse en otro tipo de cosas mucho más profundas que el masoquismo de la protagonista. Aunque, por el motivo que sea, esta tarde en la Filmoteca sólo he visto las trampas de una película que, pese a todo, me apetecía revisar. Me debo estar haciendo mayor.



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