lunes, 28 de marzo de 2016

El marqués de Salamanca (1948)








Director: Edgar Neville
España, 1948, 92 minutos



"La comisión organizadora del primer centenario del ferrocarril en España presenta..." Pues presenta lo impresentable: a un oportunista hombre de negocios del siglo XIX como si fuera el digno merecedor de una hagiografía. El encargado de dirigir semejante panegírico no fue otro sino el siempre sobrevalorado Edgar Neville, quien pudo disponer de todos los medios materiales propios de una superproducción oficial (además de su habitual grupo de confianza, encabezado por Conchita Montes).

Hombre, sí: no se puede negar que haber rodado en los lujosos salones del Real Sitio de Aranjuez y otros palacios de la época, unido a los exuberantes decorados de Sigfredo [sic] Burmann y el elaborado vestuario de Humberto Cornejo, la Casa Marbel, Alberto Ranz y Encarnación, le da a la película todo el empaque decimonónico que la ocasión requería.

Explicada en forma de flashback nada más y nada menos que por don Alfonso XII (interpretado por Jacinto San Emeterio), la película narra el ascenso y posterior caída de quien (con permiso de un señor de Mataró, que parece ser que lo consiguió un año antes...) trajo el ferrocarril a España, aparte de ejercer como alcalde, diputado y ministro en tiempos de Isabel II. Vamos, lo que se llama un papel hecho a medida para Alfredo Mayo.

"He aquí la historia de un hombre que al cabo de los años confesó con melancolía: 'El peor negocio... ¡mi vida!' Así fue el avatar del hombre de actividad más emprendedora que ha habido en España: el romántico malagueño don José de Salamanca. Este fue el personaje que gastó el dinero que no tenía y tuvo el dinero que era casi imposible gastar".

Insistimos: panegírico y además hiperbólico.

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