Título original: Talaye sorkh
Director: Jafar Panahi
Irán, 2003, 97 minutos
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| Crimson Gold (2003) de Jafar Panahi |
Inédita comercialmente en España hasta la fecha (pese a que en su día participase en la Seminci vallisoletana, donde ganó ex aequo la Espiga de Oro), Talaye sorkh (2003) fue el fruto de la colaboración entre dos de los cineastas de mayor proyección internacional que jamás haya dado el cine iraní: el ya desaparecido Abbas Kiarostami (1940-2016), autor del guion (basado en hechos reales), y Jafar Panahi, flamante ganador en Cannes de la última Palma de Oro gracias a Un simple accidente (2025) y que aquí dirigía el que era entonces su cuarto largometraje.
Tampoco en su propio país corrió mejor suerte una cinta que, por motivos obvios, no obtuvo el beneplácito de las rígidas autoridades de la república islámica. Y es que Panahi muestra una realidad nada halagüeña, marcada por profundas desigualdades socioeconómicas, en la que unos malviven en las calles (como aquel pobre diablo que se abalanza sobre las pizzas desparramadas por el suelo tras el accidente de un ciclomotor) mientras otros disfrutan de todo tipo de comodidades en suntuosas mansiones.
A este respecto, Hussein (Hossain Emadeddin), el protagonista, pertenece a una extracción social cuyos miembros se ven abocados a delinquir ante la falta de perspectivas laborales que vayan más allá de la precariedad de un mísero empleo como repartidor a domicilio. En su periplo nocturno por un Teherán en el que proliferan las fiestas privadas y en el que la Policía de la Moral, a veces integrada por agentes de escasa edad, acecha en las esquinas para prender a los participantes conforme abandonan el edificio, Hussein tendrá ocasión de entrar en contacto con diversos ambientes, sobre todo la residencia del adinerado Pourang, quien lo acoge como si tal cosa y lo sienta a su mesa.
Aunque en realidad la película es un gran flashback, puesto que comienza por el desenlace para, a continuación, mostrar cuáles han sido las circunstancias que han llevado al personaje hasta el interior de una joyería de gama alta cuyas alhajas más valiosas están confeccionadas con "oro carmesí" procedente de Pakistán o la India. Una historia, en definitiva, que demuestra cómo la exclusión sistemática del individuo constituye una forma encubierta de humillación que finalmente acaba desencadenando una espiral de acontecimientos de fatales consecuencias.
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