domingo, 15 de septiembre de 2024

La rosa púrpura de El Cairo (1985)




Título original: The Purple Rose of Cairo
Director: Woody Allen
EE.UU., 1985, 82 minutos

La rosa púrpura de El Cairo (1985) de Woody Allen


Decía François Truffaut, de cuyo fallecimiento se cumplirá en breve el cuadragésimo aniversario, que las películas son más armoniosas que la vida, puesto que no hay atascos en ellas ni tiempo de inactividad. Y eso es un poco lo que siente la protagonista de The Purple Rose of Cairo (1985), hastiada como está de una existencia gris, consecuencia directa de la Gran Depresión, en la que nada luce tan bonito como las historias que transcurren en la oscuridad de una sala de cine.

Aunque antes que cinéfila empedernida, que también lo es a su manera, Cecilia (Mia Farrow) responde sobre todo a un perfil mucho más escapista, el de una mujer infeliz que se evade de la realidad refugiándose en esos mundos de fantasía que le llegan del otro lado de la pantalla. De ahí que se pase el día entero absorta, rememorando el argumento de los filmes que ha visto recientemente o especulando sobre lo que estarán haciendo los actores y actrices que tanto admira en sus lujosas mansiones hollywoodenses.



Sin embargo, y ahí radica el encanto del guion de Woody Allen, cuando Tom Baxter, de los Baxter de Chicago, decide traspasar la frontera que separa la ficción de la realidad, son todos los habitantes de Nueva Jersey quienes asisten atónitos al acto de rebelión del personaje, en lugar de haber optado por convertir la situación, como habría sido lo más lógico, en el delirio de una pobre chica que enloquece al no soportar las circunstancias que la rodean.

Ejercicio pirandelliano donde los haya, la impecable puesta en escena ideada por Allen constituye al mismo tiempo un homenaje entrañable y repleto de nostalgia al cine clásico de su niñez, con aquellos musicales de Fred Astaire y Ginger Rogers que marcaron la época dorada del séptimo arte. Nada tiene de extraño, por tanto, que el cineasta la considerase durante muchos años como la preferida de entre las numerosas películas que ha dirigido a lo largo de su prolífica carrera.



sábado, 14 de septiembre de 2024

La tela de araña (1963)




Título en francés: Comme s'il en pleuvait
Director: José Luis Monter
España/Francia, 1963, 88 minutos

La tela de araña (1963) de José Luis Monter


El hecho de que Godard se apropiara del personaje de Lemmy Caution para inmortalizarlo en su Alphaville (1965) ha terminado eclipsando el resto de producciones en las que el actor Eddie Constantine había participado previamente, a menudo parodiándose a sí mismo. La tela de araña (1963), sin ir más lejos, constituye un buen ejemplo de filme policíaco en clave caricaturesca, con el intérprete norteamericano haciendo de escritor sin blanca al que un tal Martínez, el rostro del cual nunca veremos, recluta para que participe en una compleja red criminal.

Coproducción hispanofrancesa ambientada en Madrid, lo cierto es que el ritmo trepidante de su puesta en escena, pese a lo simpático de un planteamiento a todas luces burlesco, relega, sin embargo, a un segundo plano la verosimilitud de una trama un tanto disparatada. A este respecto, la presencia de un chimpancé en el reparto, que a la postre se revelará de vital importancia para el desenlace, da buena idea del tono general de una película que resulta de todo menos seria.



En esa línea ligeramente esperpéntica, la acción discurre en forma de enrevesada sucesión de encargos que Eddie Ross (Constantine) cumplirá fielmente como preámbulo a un elaborado intento de asalto al Banco Nacional de Reserva. Toda una sofisticación que, al transcurrir en suelo español, acaba impregnándose de un cierto aire cutre, irrisorio, pero al mismo tiempo interesantísimo por lo que tiene de insólito que, en una cinematografía tan poco avezada a la parodia, alguien se adelantase tres años a lo que poco después haría el Polanski de Cul-de-sac (1966).

Acompañan a Constantine en papeles principales Elisa Montés, que vendría a ser la heroína cómplice del protagonista, y un José Nieto de aire intrigante que da vida al insidioso don Álvaro. En el apartado técnico, la banda sonora de Isidro Maiztegui y la fotografía en blanco y negro de Michel Kelber figuran entre lo más relevante de una de esas cintas en cuyas escenas rodadas en exteriores los transeúntes (que no son extras, sino personas de verdad que van paseando por la calle) se quedan mirando fijamente a la cámara.



viernes, 13 de septiembre de 2024

Cuatro mujeres (1947)




Director: Antonio del Amo
España, 1947, 104 minutos

Cuatro mujeres (1947) de Antonio del Amo


La acción de Cuatro mujeres (1947) transcurre en "El Ancla", un concurrido café de la ciudad de Tánger en el que cuatro individuos están jugando una partida de cartas. Sin embargo, la irrupción en el local de una misteriosa mujer a la que cada uno de los integrantes de la timba cree reconocer, aunque bajo distintas identidades, interrumpirá momentáneamente el juego. Dicho planteamiento, huelga decirlo, no es más que un pretexto para estructurar un filme de episodios en el que la actriz italiana Maria Denis (1916-2004) interpreta los cuatro personajes femeninos a los que alude el título de la película.

Blanca, Elena, Lola y Marta serán, pues, las sucesivas protagonistas de otras tantas historias unidas por el denominador común de un amor imposible. En la primera de ellas, situada en Argel en 1898, una monja de ojos inusualmente bellos se encarga de los cuidados de un legionario (Tomás Blanco) convaleciente de las graves heridas ocasionadas por un ataque de los tuaregs; de Elena, en cambio, son las manos lo más destacable de su físico, considerando que se trata de la musa de un pianista (Luis Prendes) que la conoció en el Madrid de 1900; la voz sensual de Lola seducirá a un marinero (Carlos Muñoz) que, procedente de América, llega a Málaga "con la bolsa llena y el corazón vacío"; Marta, por último, posó como modelo para un pintor de adusto carácter y algo bohemio al que da vida Fosco Giachetti.



Pese a que la cinta fue dirigida por Antonio del Amo, quien se hallaba detrás de semejante portento no era otro sino Manuel Mur Oti, brillante cineasta él mismo en años posteriores, pero que aquí se encargó únicamente del guion y de la dirección artística. La excelente fotografía en blanco y negro, por cierto, corrió a cargo del gran Manuel Berenguer, si bien contó con la ayuda de un por entonces prometedor Juan Mariné cuya carrera estaba llamada a ser una de las más longevas del cine español.

Según cuenta Santiago Aguilar en su libro Sagitario Films. Oro nazi para el cine español (Shangrila, 2021), la producción de Cuatro mujeres se vio seriamente afectada por los cortes de la censura, aparte de continuos cambios en un reparto que inicialmente deberían haber encabezado Nani Fernández, Alfredo Mayo, Julio Peña y Antonio Vilar. Contratiempos que demoraron el inicio del rodaje, a veces a causa de eventualidades tan prosaicas como las mil pesetas de la época que hubo que abonar al Ayuntamiento de Barcelona a cambio de filmar en el parque de la Ciudadela unos exteriores que semejasen el enclave argelino en el que se sitúa el primer episodio.



miércoles, 11 de septiembre de 2024

Belfast (2021)




Director: Kenneth Branagh
Reino Unido, 2021, 98 minutos

Belfast (2021) de Kenneth Branagh


Quizá por estar inspirado en sus recuerdos de infancia, Belfast (2021) constituye uno de los trabajos más personales de la filmografía de Kenneth Branagh. Rodada en impecable blanco y negro, el valor simbólico de dicha decisión contrasta con el colorido de las películas y obras de teatro mediante las que el protagonista se evade de una realidad gris para refugiarse en el esplendor de un mundo de fantasía. De hecho, es a través de los ojos del pequeño Buddy (Jude Hill) que se descubren las incongruencias de una sociedad regida por férreos condicionamientos religiosos en función de si uno es católico o protestante.

Precisamente porque el punto de vista predominante es infantil, la cámara se sitúa a menudo en ángulo contrapicado con tal de reproducir la perspectiva del niño que descubre su entorno sin acabar de comprenderlo por completo. En todo caso, y dado que el ambiente familiar no siempre se presta a ello, con el padre (Jamie Dornan) trabajando en Inglaterra y la madre (Caitríona Balfe) continuamente inquieta ante los peligros que acechan a su prole, es en casa de los abuelos donde el chaval hallará la armonía que necesita.



Drama familiar intenso, aunque adornado con ciertos ribetes de comedia, lo cierto es que el enfoque en su conjunto se acaba decantando hacia la visión nostálgica de una familia de clase trabajadora fuertemente arraigada en el barrio en el que vive. Lo cual, dicho sea de paso, hace que la posibilidad de que se marchen a Canadá o Australia en busca de un futuro mejor represente para ellos una vivencia traumática en toda regla.

Aún así, se podría criticar, entre otras muchas cosas, que Branagh incurra en el tópico de servirse de la música de Van Morrison para ambientar los hechos o que su guion, premiado con un Óscar, carezca de la profundidad necesaria a la hora de abordar un conflicto de tamaña envergadura como los enfrentamientos políticos y religiosos que asolaron la capital de Irlanda del Norte a finales de los sesenta. No obstante, también es cierto que esto es sólo una película de ficción cuyas motivaciones, más humanas que documentales, quedan resumidas en la dedicatoria final: "Para los que se quedaron, para los que se fueron y para todos los que se perdieron".



martes, 10 de septiembre de 2024

Bienvenido a casa (2006)




Director: David Trueba
España, 2006, 118 minutos

Bienvenido a casa (2006) de David Trueba


La condición de autor de David Trueba queda sobradamente probada cuando a lo largo de su ya extensa filmografía insiste en lugares comunes que denotan un afán por subrayar determinados aspectos que le obsesionan particularmente. Buena prueba de ello la encontramos, por ejemplo, en unas líneas de Bienvenido a casa (2006) en las que el cineasta aprovecha para poner en boca de don Vicente (Vicente Haro), justo en el momento de jubilarse, la máxima siguiente: "La vida es un fracaso espléndido; es como un perro: primero te lame los zapatos y luego te muerde la pierna y te devora y no queda nada de ti". Palabras que, aproximadamente, repite el personaje de Jorge Sanz en la reciente El hombre bueno (2024).

En cualquier caso, es ésta una película que transita entre lo cómico y lo dramático, con la mira puesta en unos personajes cuyas vidas quedaron encalladas en una eterna adolescencia de la que o no saben o no quieren salir. En ese orden de cosas, Samuel (Alejo Sauras) encarna la figura de un típico chico de provincias que se traslada a Madrid en busca de una oportunidad profesional, pero también huyendo de una madre excesivamente posesiva (Concha Velasco) que sigue viéndolo aún como un niño, pese a que Samu y su novia Eva (Pilar López de Ayala) están a punto, ellos mismos, de ser padres de una criatura.



Aparte de la inmadurez y los entresijos que comporta la paternidad, otro de los temas que aborda la cinta gira en torno al mundo del periodismo, toda vez que Samuel, dada su nueva condición de fotógrafo, pasa a formar parte de la redacción de una revista de tirada nacional cuyo director (Carlos Larrañaga), viejo amigo de su madre, adopta desde el principio una actitud inequívocamente paternal hacia él. Sin embargo, lo curioso del asunto es que entre los distintos especímenes que por allí pululan, desde un crítico de cine ciego (Juan Echanove) hasta un comentarista musical bastante happy flower (Javivi), se terminará generando un vínculo muy especial.

Porque, y eso es lo importante, de lo que habla verdaderamente el filme es de lazos entre personas, de la amistad más allá de las diferencias que nos separan y de hasta qué punto la relación de pareja entre los protagonistas, enrarecida por los sobresaltos del embarazo y los cantos de sirena de Sandra (Ariadna Gil) y Nieves (Juana Acosta), saldrá reforzada tras rozar lo que parecía una ruptura irreversible.



lunes, 9 de septiembre de 2024

La buena vida (1996)




Director: David Trueba
España/Francia, 1996, 107 minutos

La buena vida (1996) de David Trueba


Deliciosa ópera prima de un cineasta que daría mucho que hablar en años venideros. Pero, ante todo, si La buena vida (1996) constituyó un debut brillante de David Trueba en la dirección, fue básicamente gracias a un libreto que demuestra hasta qué punto no es necesario que una historia sea verosímil para que el espectador entre de lleno en ella. En efecto, el relato en primera persona de Tristán (Fernando Ramallo) carece por completo de toda lógica y, sin embargo, es tanta la agudeza con la que se detalla el proceso de aprendizaje de un adolescente que se queda (casi) sólo en el mundo tras perder trágicamente a sus padres que parece la cosa más natural.

Tierna como lo sería la crónica de un Truffaut o cualquier otro maestro de la Nouvelle vague, la película discurre por unos cauces tremendamente frescos y originales, desde la entrañable figura del abuelo (Luis Cuenca) hasta la idealización que lleva a cabo el protagonista de la cautivadora prima Lucía (Lucía Jiménez). Y es que, además de los entresijos del primer amor, la cinta aborda también cuestiones de más hondo calado como la especial relación que se establece entre Tristán, aspirante a escritor (que hasta tiene colgado el retrato de Dostoievski en su habitación) y su profesora de lengua (Isabel Otero).



Lo cierto es que la iniciación sentimental del chico conlleva al mismo tiempo, ça va de soi, un interés creciente hacia el sexo contrario, ya sea a través de material pornográfico o recurriendo incluso a los servicios de una profesional (Alma Rosa Castellanos) que, por esos azares del destino, terminará ejerciendo de empleada doméstica al servicio del desamparado Tristán y su pobre abuelo.

En definitiva, el influjo francés de los referentes que maneja Trueba (concretados, por ejemplo, en el tema « Où irons nous dimanche prochain ? », de Charles Trenet) dan lugar a una hermosa fábula en la que el personaje central se evade de la realidad imaginando que su padre podría haber sido Voltaire o que sus progenitores sobrevuelan el cielo de París a bordo del mismo lecho nupcial en el que él y Lucía acaban de dar rienda suelta a su amor. Ensoñaciones, al fin y al cabo, cuya única finalidad consiste en hacer más llevadero el desamparo de alguien a quien las circunstancias obligan a madurar rápidamente y tomar las riendas de su propio destino.



domingo, 8 de septiembre de 2024

Obra maestra (2000)




Director: David Trueba
España, 2000, 115 minutos

Obra maestra (2000) de David Trueba


La escena inicial de Obra maestra (2000) marca el contraste entre fantasía y realidad que preside las vidas de sus protagonistas, Carolo (Pablo Carbonell) y Benito (Santiago Segura), dos cinéfilos frikis que aspiran a rodar una película con la mejor actriz española del momento. Aunque su carta de presentación ("juventud, frescura y una mirada nueva") no convencerá lo más mínimo a la arisca Amanda Castro (Ariadna Gil), quien los echa airadamente de su camerino. De modo que, a falta de otra alternativa, deciden secuestrarla...

Escatológico y voluntariamente cutre, el segundo largometraje que dirigía David Trueba plantea, sin embargo, una interesantísima reflexión de fondo a propósito de las servidumbres y sacrificios que comporta la fama. A este respecto, conforme avance la acción irá quedando cada vez más claro que tampoco hay tanta diferencia entre la diva consagrada, pero profundamente infeliz, y la pareja de pardillos que se proponen lograr el estrellato a su costa.



Comedia oscura, así pues, magníficamente fotografiada por Javier Aguirresarobe, cuyos personajes se empeñan, contra viento y marea, en seguir adelante con una aventura disparatada pese a la escasez de medios de la que disponen, lo cual convierte en pura heroicidad el proceso de rodaje de una cinta que acabará siendo de todo menos magistral.

Aparte de satirizar ciertos aspectos del cine español, siempre pendiente de subvenciones y milagros que subsanen las proverbiales estrecheces económicas de una industria raquítica, el guion de Trueba giraba también en torno a temas tan variados como la amistad que une a Benito y Carolo, más visionario el uno y ejecutante el otro, o la decadencia de una intérprete que, independientemente del gradual síndrome de Estocolmo que desarrolle hacia sus raptores, es sobre todo y por encima de todo víctima de las muchas adicciones que padece.



sábado, 7 de septiembre de 2024

A este lado del mundo (2020)




Director: David Trueba
España, 2020, 97 minutos

A este lado del mundo (2020) de David Trueba


Quién mejor que Vito Sanz para interpretar a Beto, un ingeniero algo impasible cuya frase recurrente es "No sé". Tras el reciente suicidio de la madre, sus tres hermanas mayores y él se disponen a repartirse la herencia familiar, siendo la casa la parte que le corresponde. A su pareja (Ondina Maldonado) parece que le hace mucha ilusión instalarse en la nueva residencia, a juzgar por el entusiasmo con el que planea futuras reformas, mientras que Beto, siempre tan indeciso, no acaba de verlo claro. Y por si eso no fuera poco, unos recortes de última hora motivan que la empresa para la que trabaja lo despida, aunque, como compensación, le ofrecen un empleo como free lance en Melilla...

La problemática en torno al fenómeno de la inmigración le sirve a David Trueba de telón de fondo para escribir y dirigir A este lado del mundo (2020), una película valiente en la que se afirman cosas del calibre de: "Muchos creen en Dios, pero cree Dios en ellos...". Quien pronuncia esa frase no es otra sino Nagore (Anna Alarcón), la agente de la Guardia Civil que asignan a Beto para que le haga de cicerone en una ciudad donde los trapicheos y movimientos alrededor de la valla son continuos.

El mundo en sus manos...


Evidentemente, las trayectorias respectivas que ambos personajes han seguido a lo largo de la vida son por completo opuestas, si bien llega un punto en el que uno y otro empiezan a conectar pese a las diferencias abismales de carácter que los separan. Así pues, el desparpajo de ella, curtida en mil y una batallas, actuará de revulsivo sobre la actitud acomodaticia de alguien que hasta entonces había vivido por completo ajeno respecto a la cruda realidad que se respira a diario en el estrecho.

Fruto de la agudeza que suelen poseer sus guiones, la puesta en escena de David Trueba deja entrever la ambigüedad de un sistema en el que nadie está a salvo ni de caer en la indiferencia ni de participar en oscuras corruptelas. Buena prueba de ello sería, por ejemplo, la actitud repulsiva de un alcalde (Janfri Topera) cuyo discurso a propósito de temas tan sensibles como las recurrentes crisis migratorias destila un pragmatismo de corte populatista muy a la orden del día. De ahí también que algunos, como Castroviejo (Joaquín Notario), opten por una imprevisible huida hacia adelante frente al ímpetu de la única ley, la de la Naturaleza, que rige verdaderamente los destinos de la humanidad.

"Consuma producto nacional"


viernes, 6 de septiembre de 2024

Soldados de Salamina (2003)




Director: David Trueba
España, 2003, 119 minutos

Soldados de Salamina (2003) de David Trueba


Fue en el verano de 1994, hace ahora más de seis años, cuando oí hablar por primera vez del fusilamiento de Rafael Sánchez Mazas. Tres cosas acababan de ocurrirme por entonces: la primera es que mi padre había muerto; la segunda es que mi mujer me había abandonado; la tercera es que yo había abandonado mi carrera de escritor. Miento. La verdad es que, de esas tres cosas, las dos primeras son exactas, exactísimas; no así la tercera. En realidad, mi carrera de escritor no había acabado de arrancar nunca, así que difícilmente podía abandonarla. Más justo sería decir que la había abandonado apenas iniciada.

Javier Cercas
Soldados de Salamina

¿Qué es un héroe? La protagonista de Soldados de Salamina (2003) no sólo se plantea dicha pregunta a sí misma, sino que la hace extensiva a sus alumnos universitarios, tal vez con el afán de hallar una respuesta que le dé la clave de la investigación que está llevando a cabo en torno a un oscuro episodio de la Guerra Civil e incluso, en último término, de sus más hondas inquietudes íntimas y personales.

Precedida del enorme éxito editorial de la novela, la adaptación cinematográfica de David Trueba introducía algunos cambios sustanciales respecto al texto de Javier Cercas, sobre todo en lo que se refiere a la condición femenina del personaje central, Lola (Ariadna Gil), que en el libro, siguiendo un juego típicamente cervantino, era el propio Cercas. Tampoco queda ni rastro del escritor Roberto Bolaño, si bien el estudiante mejicano Gastón (Diego Luna) cumple un papel remotamente parecido. También Conchi (María Botto) adquiere mayor protagonismo, aparte de una dimensión más frívola al convertirla en vidente televisiva con inclinaciones lésbicas.



Lo que sí se mantiene bastante, y es un gran acierto, es esa mezcla entre ficción y documental que entronca directamente con el carácter metaficcional de la novela. Así pues, además de una trama en la que Ramon Fontserè encarna al falangista Rafael Sánchez Mazas, se incluye al mismo tiempo el testimonio de personas reales, entre ellos el de Chicho Sánchez Ferlosio, fallecido pocos meses después del estreno de la película y que relata las particulares condiciones en las que tuvo lugar el fusilamiento fallido de su padre.

Magnífica fotografía de Aguirresarobe y banda sonora a base de piezas del estonio Arvo Pärt. En cambio, del montaje y puesta en escena, quizá lo menos logrado sean los insertos que en ocasiones pretenden subrayar determinados aspectos o directamente facilitar su comprensión por parte del espectador. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando Miquel Aguirre (Lluís Villanueva) hace notar a Lola que el libro Yo fui asesinado por los rojos, de Jesús Pascual, se editó en 1981, momento en el que se aprovecha para incluir fugazmente unas imágenes del 23F y así establecer una conexión entre la intentona golpista y la ideología del autor. Minucias, totalmente comprensibles desde una óptica comercial, que quedan compensadas a partir del momento en el que cobra protagonismo la figura de Miralles (Joan Dalmau) y la incógnita a propósito de cuál pudo ser la causa de que un jovencísimo miliciano optase finalmente por no disparar y así salvarle la vida a Sánchez Mazas.



jueves, 5 de septiembre de 2024

Si me borrara el viento lo que yo canto (2019)




Director: David Trueba
España, 2019, 89 minutos

Si me borrara el viento lo que yo canto (2019)


Nadie diría, así de entrada, que la figura de Chicho Sánchez Ferlosio, cantautor excéntrico y ácrata, pudiese estar relacionada de alguna manera con la lejana y gélida Suecia y, sin embargo, el documental de David Trueba Si me borrara el viento lo que yo canto (2019) desvela la fuerte conexión que hubo entre dicho personaje y el país escandinavo.

Todo comenzó a raíz de la grabación clandestina de unas composiciones que unos estudiantes suecos lograron realizar con la ayuda de un magnetófono y que, tras una visita relámpago a Madrid a bordo de un modesto Renaul 4, en cuyos bajos viajó pegada la cinta, acabarían publicando de forma anónima en Estocolmo bajo el título de Canciones de la Resistencia española (1963). La portada, obra del pintor exiliado José Ortega, mostraba dos gallos, uno rojo y otro negro, que simbolizan la dicotomía entre el fascismo y la lucha antifranquista.



Entre los diversos testimonios que aportan sus declaraciones destaca la presencia de Ana Guardione, primera pareja y madre de los hijos de Chicho, además del editor y poeta Jesús Munárriz y el profesor, vinculado al Instituto Cervantes, Emilio Quintana Pareja, quien ha dedicado buena parte de su actividad académica a investigar el impacto de dicho álbum sobre los sectores más progresistas de la sociedad sueca.

También intervienen rostros conocidos del ámbito mediático como el periodista Máximo Pradera, sobrino además del cantautor, la cantante Sílvia Pérez Cruz y el siempre elocuente Fernando Sánchez Dragó, compañero de fatigas de Chicho durante aquellos primeros días de protestas en la Facultad de Filosofía y Letras, cuando las huelgas de mineros en Asturias o la ejecución sumarísima del comunista Julián Grimau situaron a España en el centro de interés de la opinión pública internacional.



miércoles, 4 de septiembre de 2024

Mientras el cuerpo aguante (1982)




Director: Fernando Trueba
España, 1982, 89 minutos

Mientras el cuerpo aguante (1982) de Fernando Trueba


Inevitable echarle un vistazo a Mientras el cuerpo aguante (1982) sin que al cinéfilo empedernido le vengan a la memoria otros dos documentales de similar factura. Uno, más por razones temáticas, sería El desencanto (1976) de Jaime Chávarri, cuyos protagonistas, los Panero, además de excéntricos enfants terribles, eran también hijos de un poeta falangista. El otro, en apariencia más alejado del filme que nos ocupa, es El asesino de Pedralbes (1978) de Gonzalo Herralde, básicamente por el enorme parecido físico y de estructura mental entre Chicho Sánchez Ferlosio (1940-2003) y el inquietante José Luis Cerveto, pese a que el primero fuese un cantautor de tendencias libertarias y el segundo un psicópata con inclinaciones pedófilas.

Razonables o no, dichas similitudes nos ponen en la senda de un tipo de cine muy en boga durante aquellos años y al que pertenecerían asimismo títulos como Ocaña, retrat intermitent (1978) de Ventura Pons o Manderley (1981) de Jesús Garay. Todos ellos, al igual que la cinta de Fernando Trueba, poseen en común que centran su interés en figuras atípicas, outsiders a los que su condición de librepensadores los convierte en individuos irrepetibles, dignos de ser tenidos en cuenta pese a que la sociedad los condene a la marginalidad por atreverse a tener ideas propias, cuando no transgresoras.

Chicho Sánchez Ferlosio (centro) con Fernando Trueba (derecha)


En ese sentido, no hay ni un solo tema, de los muchos que aborda Chicho Sánchez Ferlosio a lo largo de los noventa minutos que dura la cinta, que pueda considerarse mínimamente convencional, ya sea la calculadora para obtener series infinitas de sílabas o números primos, las virtudes del cáñamo, el comentario filológico de algún pasaje bíblico a propósito de las almorranas o un viaje a la Albania estalinista que marcaría su distanciamiento definitivo de la ortodoxia del marxismo-leninismo.

Y así, guitarra en ristre, generalmente acompañado por Rosa Jiménez Díaz, entona un repertorio de lo más variopinto en el que lo mismo le pone música a una oda de Horacio que a los textos siempre combativos de Agustín García Calvo. Retrato conmovedor de un hombre, desde su retiro balear en la ciudad de Sóller, cuyo espíritu crítico y concepción libérrima de la existencia le condujeron en varias ocasiones a la cárcel sin que ello restase ni un ápice al entusiasmo vital que destilan las letras de sus canciones.



martes, 3 de septiembre de 2024

Sal gorda (1984)




Director: Fernando Trueba
España, 1984, 96 minutos

Sal gorda (1984) de Fernando Trueba


Un tipo que hace footing con las manos en los bolsillos sólo puede ser o un loco o un genio. El compositor Natalio R. Petrof (Óscar Ladoire) tiene algo, por no decir bastante, de ambas cosas, por lo que ya desde la primera escena queda suficientemente claro que todo lo que ocurra a partir de ese momento en torno a su persona adoptará sí o sí la forma de comedia transgresora.

Sal gorda (1984), tercer largometraje dirigido por Fernando Trueba tras Ópera prima (1980) y el documental Mientras el cuerpo aguante (1982), basa buena parte de su comicidad en el aplomo con el que los personajes, sobre todo su protagonista, el ya mencionado Natalio, sueltan los más soberbios disparates. Aparte de que la trama, de un humor absurdo tirando a intelectualoide, tampoco tiene desperdicio.



Un supuesto genio en la creación de hits superventas al que le exigen que componga todo un álbum en apenas unos días; un mánager al borde de un ataque de nervios; un quiosquero sumamente inspirado; una madre rusa que lloriquea a todas horas; un padre con peluquín, recién llegado de Bolivia; un Matisse falso; una novia psicoanalista que se fuga con otro psicoanalista, dejando al pobre Petrof compuesto y sin piano... La galería de secundarios parece surgida de la mente de algún lunático.

Dos generaciones de actores (los veteranos Paco Rabal, Luis Ciges o Narciso Ibáñez Menta, de la vieja guardia, frente a unos principiantes Resines, Sílvia Munt o Carmen Maura) se daban cita en una película rodada esencialmente en interiores, dado su carácter vodevilesco, y cuyo espíritu iconoclasta refleja la euforia que se vivía en el Madrid bullicioso y desprejuiciado de aquel entonces.

Cameo de Fernando Trueba...


lunes, 2 de septiembre de 2024

Volveréis (2024)




Director: Jonás Trueba
España/Francia, 2024, 114 minutos

Volveréis (2024) de Jonás Trueba


Un autor ha dicho que el amor-recuerdo es el único feliz. Esta afirmación, desde luego, es muy acertada, con la condición de que no se olvide que es precisamente ese amor el que empieza haciendo la desgracia del hombre. El amor-repetición es en verdad el único dichoso. Porque no entraña, como el del recuerdo, la inquietud de la esperanza, ni la angustiosa fascinación del descubrimiento, ni tampoco la melancolía propia del recuerdo. Lo peculiar del amor-repetición es la deliciosa seguridad del instante.

Søren Kierkegaard (1813-1855)
La repetición
Traducción de Demetrio Gutiérrez Rivero

Lo ha vuelto a hacer: película tras película, el menor del clan Trueba ("Si menor en años, mayor en prez", que diría Valle-Inclán) se supera a sí mismo con la solvencia de quien ha mamado el cine desde su más tierna infancia y, por tanto, destila en todo lo que hace una suerte de frescura y destreza difícilmente igualables. Su último largometraje, Volveréis (2024), premiado en Cannes y protagonizado por Itsaso Arana, su pareja en la vida real, y esa especie de nuevo Resines que es Vito Sanz, pasa por ser una comedia romántica un tanto sui géneris, si bien dicha etiqueta, como todos los términos convencionales, al fin y al cabo, resultaría cuando menos discutible.

Y es que tras esa idea en apariencia frívola de celebrar las rupturas se esconde, en realidad, una reflexión bastante más dramática de lo que cabría esperar en torno a la trascendencia que realmente tienen las relaciones sentimentales. En ese orden de cosas, lo que aquí se plantea no deja de ser una relectura en clave moderna de lo ya expuesto por algunos filósofos decimonónicos (véase la cita del danés Kierkegaard que encabeza estas líneas y que en el filme es citada en un par de ocasiones) precursores de lo que un siglo después daría en denominarse existencialismo.



Una profundidad que, sin embargo, no está reñida con el tono cotidiano y hasta divertido de la mayor parte de situaciones y diálogos (los propios protagonistas, por cierto, Arana y Sanz, han colaborado en el guion). Así pues, el círculo de amistades y conocidos de la pareja (atención a la gran cantidad de cameos e intervenciones fugaces de algunos de los intérpretes que han ido participando a lo largo del tiempo en anteriores títulos del director, desde Sigfrid Monleón hasta Francesco Carril, pasando por Isabelle Stoffel o la joven Candela Recio, cuyo rostro se divisa entre los asistentes a la fiesta final) reaccionará con asombro o desconcierto ante el inusitado anuncio de separación de Ale y Álex.

Por último, el filme que nos ocupa encierra también un interesante juego metacinematográfico (impagable la escena en la que los personajes discuten a propósito de 10, la mujer perfecta (1979)) repleto de referencias y guiños cinéfilos, a menudo autoreferenciales. Tal sería el caso, por ejemplo, de haberle dado el papel de padre a Fernando Trueba o de esa otra película que discurre en paralelo y cuya directora, la misma Ale, se parece tanto a la chica de Álex. Elementos que, en definitiva, por todo lo que tienen de mitomanía personal (también se incluye, de pasada, una visita a la tumba de Truffaut en Montmartre), entroncan a la perfección con el título de ese libro de Stanley Cavell (1926-2018) que el suegro le presta a su ya casi ex nuera: El cine, ¿puede hacernos mejores?



domingo, 1 de septiembre de 2024

Sé infiel y no mires con quién (1985)




Director: Fernando Trueba
España, 1985, 94 minutos

Sé infiel y no mires con quién (1985)


Con un título que parece un refrán, Sé infiel y no mires con quién (1985) constituye uno de los mejores ejemplos de la denominada "comedia madrileña", género muy en boga en aquella España de mediados de los ochenta que aspiraba a mostrarse moderna tras tantísimos años de estrechez de miras franquista en forma de censura. No es de extrañar, pues, que tanto los interiores como el vestuario o esa imponente mansión donde transcurre la escena inicial respondan al último grito en diseño, como si el envoltorio fuese tan o incluso más importante que el propio contenido.

Por otra parte, la influencia innegable de la screwball comedy clásica sobre la puesta en escena de Fernando Trueba le otorga un ritmo trepidante a la acción, basada por completo en equívocos y guiños de carácter abiertamente sexual. Así pues, el guion, inspirado en una pieza teatral de Ray Cooney y John Chapman, expone una típica situación de enredo en la que el adulterio, tabú absoluto en épocas pretéritas, se convertía ahora en detonante de no pocas carcajadas.



Dos son las parejas protagonistas: una más díscola, la que integran Carmen (Carmen Maura) y Paco (Santiago Ramos), y otra más bien tirando a convencional, formada por Rosa (Ana Belén) y Fernando (Antonio Resines). Sin embargo, una serie de azares y malentendidos serán los causantes de que las respectivas infidelidades de los primeros acaben sembrando la discordia entre estos últimos. A consecuencia de lo cual peligrará también el suculento contrato editorial que Paco y Fernando, que para colmo son socios, estaban a punto de firmar con una exitosa autora de literatura infantil (Chus Lampreave).

Sería injusto juzgar según los parámetros actuales una película de hace casi cuarenta años. A este respecto, a algunos espectadores de hoy en día les pudiera parecer excesivamente lenta en determinados momentos, quizá porque actualmente lo habitual sería recurrir mucho más a la música incidental y demás recursos extradiegéticos que refuerzan la comicidad de las situaciones. En todo caso, dejando de lado ese tipo de cuestiones externas, conviene ir al fondo para contextualizar debidamente una obra cuyo mensaje desinhibido entroncaba por completo con la actitud vital de la Movida.