lunes, 9 de septiembre de 2024

La buena vida (1996)




Director: David Trueba
España/Francia, 1996, 107 minutos

La buena vida (1996) de David Trueba


Deliciosa ópera prima de un cineasta que daría mucho que hablar en años venideros. Pero, ante todo, si La buena vida (1996) constituyó un debut brillante de David Trueba en la dirección, fue básicamente gracias a un libreto que demuestra hasta qué punto no es necesario que una historia sea verosímil para que el espectador entre de lleno en ella. En efecto, el relato en primera persona de Tristán (Fernando Ramallo) carece por completo de toda lógica y, sin embargo, es tanta la agudeza con la que se detalla el proceso de aprendizaje de un adolescente que se queda (casi) sólo en el mundo tras perder trágicamente a sus padres que parece la cosa más natural.

Tierna como lo sería la crónica de un Truffaut o cualquier otro maestro de la Nouvelle vague, la película discurre por unos cauces tremendamente frescos y originales, desde la entrañable figura del abuelo (Luis Cuenca) hasta la idealización que lleva a cabo el protagonista de la cautivadora prima Lucía (Lucía Jiménez). Y es que, además de los entresijos del primer amor, la cinta aborda también cuestiones de más hondo calado como la especial relación que se establece entre Tristán, aspirante a escritor (que hasta tiene colgado el retrato de Dostoievski en su habitación) y su profesora de lengua (Isabel Otero).



Lo cierto es que la iniciación sentimental del chico conlleva al mismo tiempo, ça va de soi, un interés creciente hacia el sexo contrario, ya sea a través de material pornográfico o recurriendo incluso a los servicios de una profesional (Alma Rosa Castellanos) que, por esos azares del destino, terminará ejerciendo de empleada doméstica al servicio del desamparado Tristán y su pobre abuelo.

En definitiva, el influjo francés de los referentes que maneja Trueba (concretados, por ejemplo, en el tema « Où irons nous dimanche prochain ? », de Charles Trenet) dan lugar a una hermosa fábula en la que el personaje central se evade de la realidad imaginando que su padre podría haber sido Voltaire o que sus progenitores sobrevuelan el cielo de París a bordo del mismo lecho nupcial en el que él y Lucía acaban de dar rienda suelta a su amor. Ensoñaciones, al fin y al cabo, cuya única finalidad consiste en hacer más llevadero el desamparo de alguien a quien las circunstancias obligan a madurar rápidamente y tomar las riendas de su propio destino.



4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Su personaje tiene algo de Pepe Isbert o incluso del cine de Manolo Summers.

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  2. David Trueba no pretendió reinventar el cine con este, por otro lado, apreciable film. Se limitó a aplicar lo asimi­lado como espectador estudioso del cine que le gusta. En cualquier caso, vien­do LA BUENA VIDA, en cuya puesta en escena priman la naturalidad, la elegancia y el amor a los personajes, uno no puede evitar el recuerdo de un cineasta, tú lo apuntas, como François Truffaut.
    Un saludo.

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    1. Bueno, eso que dices de "el cine que le gusta" sería aplicable a todos los Trueba.

      Saludos.

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