miércoles, 10 de octubre de 2018

Gauguin: Viaje a Tahití (2017)




Título original: Gauguin - Voyage de Tahiti
Director: Édouard Deluc
Francia, 2017, 102 minutos

Gauguin: Viaje a Tahití (2017) de Édouard Deluc


Seis de la tarde en la puerta del Cine Boliche: una larga cola de espectadores (los miércoles la entrada es más barata...) aguarda pacientemente en la acera de la Avenida Diagonal antes de acceder a las salas de proyección. Casualidad o no, muchos de ellos son jubilados, de los que buena parte termina decantándose por Gauguin: Viaje a Tahití, hasta el punto de abarrotar el recinto. He ahí la primera paradoja: una mayoría burguesa que se congrega para admirar la trayectoria del típico bohemio incomprendido.

En puridad, dicha contradicción viene ya de antiguo: ¿quién sino las clases pudientes frecuentó las galerías de arte parisinas donde se expuso la obra de los grandes pintores decimonónicos? ¿Acaso los Degas, van Gogh y otros colegas del interfecto no se beneficiaron en diversas ocasiones del mecenazgo de algún opulento bienhechor? Y aunque varios de ellos muriesen en la más absoluta indigencia, ¿no fue su obra revalorizada a posteriori por marchantes que buscaron su clientela entre lo más granado de la sociedad parisiense?



La otra gran incoherencia de la que difícilmente podría sustraerse cualquier biopic dedicado a la figura de Eugène Henri Paul Gauguin (París, 7 de junio de 1848-Atuona, Islas Marquesas, 8 de mayo de 1903) es el hecho de que la estancia del artista en la Polinesia francesa se ha ido tiñendo, con el paso del tiempo, de un cierto halo legendario al que el realizador Édouard Deluc termina por sucumbir a fuerza del uso (y abuso) de una dirección de fotografía preciosista —a cargo de Pierre Cottereau— y que intenta emular el estilo posimpresionista del homenajeado.

Un Gauguin al que da vida de manera más o menos convincente el actor Vincent Cassel, pero que, con todo y con eso, dista mucho de ser el iconoclasta que revolucionó la pintura de su tiempo. En ese aspecto, el retrato que Deluc lleva a cabo en colaboración con el doctor-cineasta Thomas Lilti (aquí en funciones de guionista) no pasa de ser una mera estampa que centra su interés en la relación idealizada del afligido Paul con la bella Tehura (Tuheï Adams): en la vida real ella era una niña de trece años y él un adulto de cuarenta y ocho... Romance que quizá resultara de lo más fructífero en el terreno artístico, eso nadie lo pone en tela de juicio, pero que, sin embargo, contribuye a que la película adolezca de un cierto maniqueísmo a la hora de confrontar la opresiva atmósfera que se respiraba en la metrópolis con el, en teoría, paradisíaco entorno tahitiano.


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