sábado, 6 de octubre de 2018

La vida de Oharu, mujer galante (1952)

















Título original: Saikaku ichidai onna
Director: Kenji Mizoguchi
Japón, 1952, 148 minutos

La vida de Oharu, mujer galante (1952)

Proyecto largamente acariciado desde los inicios de su carrera como director, Mizoguchi no pudo, sin embargo, adaptar la novela Una mujer de placer (publicada originariamente en 1686 por Saikaku Ihara) hasta cuatro años antes de su muerte. Las razones para tan larga espera habría que buscarlas en la sordidez de una obra que gira en torno a la desgraciada figura de Oharu, geisha explotada como mercancía sexual a lo largo de toda su vida y a la que acabarán repudiando la mayoría de hombres que se crucen en su destino.

Al inicio del relato, una Oharu cincuentona y ajada por los rigores de la edad será acogida por un grupo de prostitutas callejeras que, interesándose por los motivos que la han conducido hasta tan lamentable estado, le preguntan cuál es la causa de su mala fortuna. Pero ella declina dar explicaciones para, acto seguido, refugiarse en un templo presidido por multitud de figuras de monjes budistas. Lo que vendrá a continuación, mientras repara en el rostro familiar de una de las efigies, será un larguísimo flash-back que dará respuesta al porqué de sus infortunios.



Ambientada en los inicios del período Edo o Tokugawa, el exotismo de los quimonos y la parsimonia de una exquisita puesta en escena le valieron a Mizoguchi el León de Plata en el Festival de Venecia, tal vez obviando la feroz crítica que el filme encerraba a propósito de una sociedad brutalmente patriarcal en la que, para más inri, los pocos hombres que de verdad aman a Oharu serán ejecutados o recluidos en prisión.

Aunque, como suele ocurrir con este tipo de recreaciones históricas de la cinematografía japonesa (lo hemos señalado ya en ocasiones anteriores), lo que a menudo nos llama la atención desde nuestro punto de vista occidental no es tanto un argumento plagado de efectistas recursos lacrimógenos (caso de la escena en la que intentan impedir que Oharu se acerque al hijo que le arrebataron en su día), sino pequeños detalles cotidianos como la delicada representación de marionetas o bunraku que tendrá lugar en las estancias de la residencia de uno de los señores a cuyo servicio atiende la desdichada mujer.


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