sábado, 18 de noviembre de 2023

La vil seducción (1968)




Director: José María Forqué
España, 1968, 87 minutos

La vil seducción (1968) de Forqué


En un teatrucho de algún villorrio de mala muerte, una compañía de tres al cuarto ensaya el Tenorio sin excesivo entusiasmo. Los paletos del lugar no se cortan ni un pelo a la hora de reprender con sus exabruptos a los intérpretes, lo cual, unido a las ínfulas del primer actor (un catalán de marcado acento al que da vida el inolvidable "Saza"), motiva que Alicia Prades (Analía Gadé) abandone de malos modos el escenario y salga por patas sin ni siquiera quitarse el hábito de Doña Inés. El caso es que con esas pintas conducirá bajo una lluvia intensa hasta quedarse tirada, a altas horas de la noche, en la imaginaria localidad castellana de Torrecilla de los Infantes.

De lo que le ocurra una vez allí, hospedada por doña Elvira (Milagros Leal) y su hijo Ismael (Fernando Fernán Gómez), se deriva una puesta en escena que denota bien a las claras el origen teatral de un guion que transcurre casi íntegramente en un desván. Y es que, como su propio título indica, La vil seducción (1968) gira en torno al coqueteo que mantienen la actriz e Ismael, solterón de 37 años que queda automáticamente prendado de la belleza y desparpajo de su atractiva huésped. Sin embargo, será también ella quien, harta de una existencia azarosa, termine encaprichándose momentáneamente del ingenuo pueblerino.



Al margen de lo inverosímil que pueda resultar el argumento, lo que llama enseguida la atención es la osadía de mostrar a una "monja" en paños menores, aparte de hacer que el cascarrabias Ramón Bermejo (Sazatornil) refunfuñe en catalán o que, en un momento dado, Ismael sintonice una emisora de radio (presumiblemente la Pirenaica) desde la que están emitiendo "La Internacional". Elementos, todos ellos, abiertamente provocativos en una época en la que la censura franquista podía cortar una película a su antojo. Extremo que, aun así, no llegaría a producirse (al menos de forma mayúscula) dado que el atrevimiento no llega tampoco a pasarse de la raya.

Aprovechando el éxito que, un año antes, había cosechado la comedia de Alonso Millán con la misma pareja protagonista sobre las tablas del Reina Victoria, José María Forqué dirige una adaptación más que correcta en la que la mujer nómada vuelve a cautivar al hombre sedentario. Inversión de roles respecto al planteamiento clásico, tantas veces repetido, según el cual era un personaje femenino el que se marchitaba a la espera de algún trotamundos que viniese a rescatarla del soporífero ambiente provinciano de un enclave olvidado en el que nunca pasa nada. La banda sonora, por cierto, corrió a cargo del organista Lou Bennett, jazzman norteamericano que por aquellos años había fijado su residencia en Cambrils.



4 comentarios:

  1. La censura era tan ridícula como sutil y no tenía reparos en dejar pasar algunas cosas que dieran una apariencia de cierta libertad, siempre que, como dices, no se pasaran de la raya.

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  2. Hola Juan!
    Que recuerdos me trae Analía Gadé, ya sabes que yo era muy enamoradizo de chaval...jeje
    Saludos!

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    1. Te comprendo, Fran, porque la verdad es que fue una mujer de extraordinaria belleza.

      Saludos.

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