martes, 14 de junio de 2016

La carnaza (1995)







Título original: L'appât
Director: Bertrand Tavernier
Francia, 1995, 115 minutos

La carnaza (1995) de Bertrand Tavernier

El sueño de viajar a Estados Unidos para hacer allí fortuna montando una cadena de tiendas de ropa tiene un precio: diez millones de francos. Con la finalidad de reunirlos y ver cumplido su proyecto, Nathalie (Marie Gillain), Éric (Olivier Sitruk) y Bruno (Bruno Putzulu) urden un terrible plan de condiciones imprevisibles.

Basada en un caso real que fue juzgado en 1988, L’appât es la adaptación del libro homónimo que publicara Morgan Sportès un par de años más tarde, suerte de A sangre fría a la francesa pero que, a diferencia de la novela de Capote (cuya acción transcurre en un pueblo de la América profunda), otorga el protagonismo a unos jóvenes de la burguesía parisina que se mueven en los locales más selectos de la vida nocturna.

Aunque lo más sorprendente no es tanto lo cruel de las torturas que Éric y Bruno (siempre en connivencia con Nathalie, el irresistible cebo o carnaza al que alude el título) son capaces de infligir a sus víctimas con tal de obtener un botín irrisorio. Lo que verdaderamente impacta es la total ausencia de remordimientos que se deduce de su conducta: más que de inmoral, cabría calificarla de amoral. Recuerda un poco a lo que años más tarde haría François Ozon con la protagonista de Joven y bonita (2013), aquella muchacha de buena familia que decide caprichosamente ejercer la prostitución de lujo con el exclusivo propósito de llenar un vacío vital.

Nathalie (Marie Gillain) es consolada por Éric (Olivier Sitruk)

Sin embargo, el trío de adolescentes de La carnaza es bastante chapucero en la ejecución de cada uno de sus golpes y es cuestión de tiempo que el 36 del quai des Orfèvres les eche el guante. Poco importa, aun así, ya que cuando se les llame a declarar demostrarán con su testimonio que para ellos lo sucedido ha sido poco más que un sencillo juego, apenas un trámite que debe ser superado antes de alcanzar su tan codiciada meta. De ahí que cuando el inspector jefe (Philippe Torreton) le tienda a Nathalie su bolígrafo para que esta firme la declaración tras el interrogatorio al que ha sido sometida, la muchacha exclame: "¡Oh, es un Dupont!" He ahí lo único que parece llamarle la atención en ese momento y no las severas sanciones a las que presumiblemente ella y sus amigos se habrán de enfrentar.

A decir verdad, lo realmente complejo acontece en el seno del grupo que integran los tres, marcado por las relaciones de dominancia y sumisión que entre ellos se establecen. En ese sentido, Éric no sólo tiene subyugado a Bruno, a quien encarga la tarea sucia de rematar a las víctimas, sino que además acabará maltratando físicamente a Nathalie (de la que es pareja), unas veces por celos y otras por culparla del fracaso de sus planes.

En definitiva, y al margen de que obtuviese el Oso de oro en el Festival de Berlín, lo que salta a la vista veinte años después del estreno de La carnaza es que se trata de una película que no ha envejecido bien y no sólo por lo flojo de sus actuaciones o por su banda sonora, tan de los noventa, sino sobre todo por lo ridículos que ahora se ven los innecesarios y continuos desnudos que Tavernier impuso a su Lolita/exhibicionista Marie Gillain, quizá en un intento de convertirla también en cebo para los espectadores.

Instantánea de los auténticos inculpados, en cuyo caso se inspira el filme

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