martes, 22 de diciembre de 2015

Felices pascuas (1954)




Director: Juan Antonio Bardem
España, 1954, 82 minutos



"La lotería es la fe, la esperanza y la caridad de todos los españoles". Con esta contundente frase radia Matías Prats sénior el sorteo del 22 de diciembre con el que arranca Felices pascuas, una de las películas menos conocidas de la filmografía de Juan Antonio Bardem.

El argumento, escrito por Bardem, Alfonso Paso y José Luis Dibildos, gira en torno al cordero que una familia obtiene en una rifa navideña. Y es curioso porque, con ese tierno animalito, símbolo de la inocencia, se está dando a entender que en el mundo es precisamente la inocencia la que no tiene cabida. Claro que estamos ante una comedia de encargo con final en apariencia feliz. Pero, aun así, su director no pierde la ocasión para hacer uso del sarcasmo, mostrando la escalada de codicia que se genera a partir de un hecho insignificante.

Bolita con los niños Carlos Goyanes y Pilar Sanclemente

Otra de las ideas teóricamente implícitas en Felices pascuas sería el contraste entre el candor infantil y la ruindad que preside el mundo de los adultos, aunque un análisis en profundidad demuestra que esto no es exactamente así. No hay más que ver a esos golfillos jugando al fútbol en un descampado o a los niños gitanos que roban a Bolita para darse cuenta de que Bardem no está idealizando el mundo de la infancia en términos generales. Lo cual va unido al hecho de que el comisario de policía se acabe apiadando de Juan y movilice a sus hombres para localizar al cordero. O Manolo, el matarife vegetariano incapaz de matar una mosca cuando no está de servicio. O el hecho de que los padres sean también incapaces de sacrificar al animal (y eso que Juan, oficial de ametralladora, reconoce haber matado en la guerra). Las hermanitas de la caridad, en cambio, no saben si comérselo con patatitas o con berzángulas (sic).

El colmo de la socarronería llega en el tramo final del filme, con el ejército en pie de guerra por culpa del borrego y los matarifes filosofando sobre el fin de la civilización mientras degüellan indefensos corderitos en el matadero. Bardem se atreve incluso, en un guiño cinéfilo, a utilizar dos planos que parecen parodiar Metrópolis de Fritz Lang: uno es el de las ovejas que se amontonan a lo largo de un pasillo en espera de ser sacrificadas y que recuerda el cambio de turno de los obreros del subsuelo; el otro es el de la muchedumbre eufórica que canta en corro dando vueltas en derredor al taxi (y después rodeando la mesa de Juan y Pilar), no para celebrar revolución alguna sino simplemente la Nochebuena.

El francés Bernard La Jarrige interpreta el papel de Juan

Y así termina este efecto dominó, verdadero tour de force en el que (con bastante mala leche, todo hay que decirlo) se reflexiona sobre cómo la clase obrera de aquel entonces a menudo soñaba con redimirse mediante la falsa ilusión de la lotería.

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