domingo, 16 de junio de 2024

El eroticón (1970)




Título original: Every Home Should Have One
Director: Jim Clark
Reino Unido, 1970, 94 minutos

El eroticón (1970) de Jim Clark


La cara del tipo ya hace reír a cualquiera, pero si además le acompaña un guion tan hilarante como el de Every Home Should Have One (1970) el entretenimiento está asegurado. Con sus inolvidables ojos saltones, el bueno de Marty Feldman protagonizaba una comedia disparatada en torno a un publicista que tiene la "genial" idea de promocionar una nueva marca de gachas frías (o como diantre se traduzca el nombre de una receta tan británica como el frozen porridge) mediante anuncios televisivos bastante subidos de tono. Todo un atrevimiento en una época en la que la activista ultraconservadora Mary Whitehouse (1910-2001) lideraba su particular cruzada puritana contra el contenido sexual en los medios de comunicación de masas.

La película, éxito considerable de taquilla en aquel entonces, nació como parodia un tanto gamberra contra los adalides de la decencia y de ahí que la esposa del protagonista (Judy Cornwell) pertenezca a una de esas organizaciones mojigatas cuyos miembros se reúnen en el salón familiar, frente a la pequeña pantalla, para contabilizar cuántas palabras malsonantes o cuántos muslos aparecen en las distintas emisiones que conforman la programación. Ni que decir tiene que algunos de esos rígidos beatos, a veces incluso miembros de la Iglesia anglicana, practican una doble moral según se encuentren en público o en privado.



Son muchísimos los gags inolvidables, por ejemplo el del vehículo con forma de tubo de dentífrico desde cuyo interior discuten acaloradamente Teddy (Feldman) y su mujer Liz (Cornwell) sin haberse percatado de que la megafonía está encendida y que todo Londres está escuchando su particular conversación. Por no mencionar la batalla campal y posterior persecución luego de un intenso debate en directo desde los estudios de la mismísima BBC. Hasta los singulares títulos de crédito iniciales se prestaban a bromear sobre el carácter mercantilista de la televisión sustituyendo la preposición by ('por') por el imperativo buy ('compra') en un intraducible juego de palabras homófonas.

Como conclusión, cabría preguntarse sobre la vigencia del filme en un mundo, el nuestro del siglo XXI, en el que los niños consumen porno desde edades cada vez más tempranas y en el que el sexo se utiliza como reclamo no ya en la tele, que ha quedado un poco obsoleta, sino sobre todo en internet, las redes sociales o las plataformas. Aunque, y eso es lo curioso, también la censura vuelve con inusitada virulencia en esos mismos dominios, en ocasiones vetando imágenes de desnudos artísticos procedentes de cuadros o esculturas. Lo cual hace de esta amable comedia británica un producto de enorme interés por lo que pueda tener de visionaria o, al menos, porque capta a la perfección algunas pulsiones humanas que nunca pasarán de moda.



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