sábado, 27 de agosto de 2016

Las bodas de Blanca (1975)




Director: Francisco Regueiro
España, 1975, 85 minutos

Las bodas de Blanca (1975) de F. Regueiro


Comparando algunos planos de Las bodas de Blanca con Me enveneno de azules se hace evidente que Francisco Regueiro es un autor, con un estilo depuradísimo basado en el uso del travelín para resaltar la magnificencia de los espacios que filma. Una monumentalidad que, si en el ya mencionado filme de 1969 se acentuaba mediante vistas aéreas de Madrid o situando la acción en el Parque del Buen Retiro, seis años después va a estar vinculada a la majestuosidad catedralicia de Burgos y de León.

La música es otro elemento de vital importancia en la concepción cinematográfica de Regueiro. Me enveneno de azules debía buena parte de su atmósfera etérea al Allegretto de la Séptima Sinfonía de Beethoven. En Las bodas de Blanca, en cambio, la carga dramática queda subrayada por diversos fragmentos instrumentales extraídos de la ópera Tosca de Giacomo Puccini, en especial la célebre aria del tercer acto "E lucevan le stelle" ("Y las estrellas brillaban").

Es ésta una historia muy sui géneris (todas las de Regueiro lo son, por otra parte). Blanca (Concha Velasco) desea ardientemente tener un hijo, aspiración que se vio frustrada al ser su primer matrimonio declarado nulo a causa de la impotencia de José (Javier Escrivá). De ahí que pretenda casarse de nuevo con el "mudo" y elemental Antonio (Paco Rabal), quien llega dispuesto a todo revólver en mano y escoltado por su hermana (Charo Soriano, una habitual del cine patrio de los setenta), su cuñado (José Calvo) y su sobrina (la niña Yolanda).

Aunque la familia de Blanca también se las trae: Isabel Garcés, en el último papel de su carrera, encarna a la candorosa tía/monja, perpetuamente ataviada con su hábito blanco. Y Javier de Rivera es el misántropo padre de la protagonista, recluido en su piso para evitar el contacto con un mundo que le asquea. Se diría que los dos hermanos han intercambiado sus roles, habida cuenta de que es él quien observa la clausura que no acata la monja al asistir al convite de los futuros esposos en el restaurante.

¡Y qué convite! Unos bailan sin música, otros increpan a los sufridos camareros. La monjita se niega a ver la televisión y una joven compañera mulata acabará saltándose el voto de silencio. Y aún habrá más extravagancias, bajo un quiosco en ruinas donde se reúnen los amantes a escondidas o en el jardín desde el que Blanca increpa a Julia por las noches (Claudia Gravy).

Representación improvisada del Tenorio en un psiquiátrico

Estrenada tres días antes de la muerte de Franco, Las bodas de Blanca posee el sello inequívoco de películas como El anacoreta (Juan Estelrich, 1976) o Las truchas (José Luis García Sánchez, 1978), tan estrafalarias todas ellas como excepcional fue el momento histórico durante el que se rodaron.

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