Título original: Juror #2
Director: Clint Eastwood
EE.UU., 2024, 114 minutos
Jurado Nº 2 (2024) de Clint Eastwood |
Una de juicios. Que presumiblemente pudiera ser, además, la última dirigida por un ya nonagenario Clint Eastwood. Sea como fuere, lo cierto es que Juror #2 (2024) ha sido comparada con clásicos de la talla de Rashomon (Akira Kurosawa, 1950) o Doce hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957). En el primer caso, porque la reconstrucción de unos hechos desde distintos puntos de vista permite mostrar la "verdad" de cada testigo, con lo que se da pie a que el espectador extraiga sus propias conclusiones. La segunda de dichas películas, en cambio, remite a las complejas deliberaciones de un jurado popular que, reunido a puerta cerrada, porfía en el empeño de dilucidar si un acusado es o no culpable.
Asimismo, el guion de Jonathan A. Abrams plantea un delicado caso de conciencia en el que uno de los miembros del jurado, interpretado por el británico Nicholas Hoult, es, al mismo tiempo, el presunto causante de los daños que se juzgan. Circunstancia aún más peliaguda considerando que el interfecto, joven esposo de apariencia modélica cuyos antiguos problemas con el alcohol parecen haber quedado atrás, está a punto de ser padre de su primer hijo.
Queda claro, pues, que el veterano director opta por tocarnos la fibra mediante recursos tirando a trillados y más propios de un folletín decimonónico que no del testamento fílmico de un gran cineasta a punto de retirarse. Pero, con todo y con eso, quien tuvo retuvo y la trama mantiene su interés hasta el final, siempre con ese sentimiento de culpa flotando en el ambiente en torno al protagonista, si bien la fiscal Killebrew (Toni Collette) percibe igualmente los resquicios de una justicia que no siempre es tan ecuánime como pretende el sistema.
Y es que las implicaciones de lo expuesto en estas casi dos horas de metraje alcanzan no sólo al ámbito de lo estrictamente judicial, sino que, al mismo tiempo, aluden al silencio cómplice de quienes miran hacia otro lado cuando todos los indicios incriminan al ciudadano supuestamente ejemplar que parece que nunca haya roto un plato, pero se prefiere condenar a un inocente de aspecto más fiero. Moralina conservadora, en definitiva, que cuestiona el sistema procesal de una democracia en horas bajas.