Título original: The MacKintosh Man
Director: John Huston
Reino Unido/EE.UU./Irlanda, 1973, 98 minutos
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El hombre de Mackintosh (1973) de John Huston |
Son varios los motivos que hicieron de The MacKintosh Man (1973) un filme fallido. Digamos, para empezar, que se trata de una película un tanto extraña, que hay algo en ella que no termina de encajar. De entrada por lo confuso de su argumento, en el que Paul Newman, un actor estadounidense, interpreta a un agente británico que se hace pasar por un ladrón australiano para vigilar de cerca a un espía ruso y finalmente terminar en Irlanda y luego Malta, donde la actriz francesa Dominique Sanda le da un pasaporte canadiense falso.
Se rumorea que el propio Walter Hill, único guionista oficial de entre la maraña de manos que intervinieron en la escritura del libreto, se avergonzaba un poco del engendro que había acabado siendo lo que en un principio estaba previsto que fuese la adaptación de una novela de Desmond Bagley, The Freedom Trap. De hecho, ni siquiera parece que el viejo Huston demostrase excesivo interés por el proyecto durante un rodaje en el que Newman, a pesar de la admiración que le profesaba, llegó a sentirse decepcionado ante la desidia del cineasta.
Aun así, dentro de lo poco que se salva de semejante despropósito cabe mencionar la interpretación de James Mason, metido en la piel de un lord británico que, aparte de gran orador, resulta que es también un agente a las órdenes de Moscú. Desde su primera aparición, de hecho, el actor eleva cada escena con su sola presencia y, aunque su personaje carezca de momentos espectaculares o monólogos dramáticos, es la clase de intérprete que podía sugerir de todo con un simple parpadeo, algo que aquí demuestra con creces.
Gestada en plena Guerra Fría, en un momento en el que el cine británico de espionaje buscaba reflejar el desencanto y la ambigüedad moral propios de aquel conflicto ideológico entre bloques, la cinta se inscribe en la tradición gris y cínica del realismo a lo John le Carré, donde los agentes secretos no son héroes, sino piezas prescindibles en un tablero político opaco. Estrenada en el contexto de un Reino Unido marcado por crisis económicas, tensiones internas y el descrédito institucional, expresa ese clima de sospecha y desgaste, mostrando un mundo donde la traición no es una anomalía, sino una herramienta más del sistema. Así pues, la trama, enredada y pesimista, encaja perfectamente con la atmósfera de desilusión que marcó el fin de la era del espionaje romántico y el inicio de una visión mucho más turbia y burocrática del poder.