lunes, 5 de junio de 2017

La muchacha de las bragas de oro (1980)




Director: Vicente Aranda
España/Venezuela, 1980, 97 minutos

A vueltas con la memoria



Hay cosas que uno debe apresurarse a contar antes de que nadie le pregunte. 

Cuando, después de mucho torturar el párrafo, Luys Forest lo dio finalmente por bueno, advirtió que no llevaba agenda ni bolígrafo. Prosiguió su paseo por la playa cojeando levemente, golpeando conchas con el bastón, tras el perro ansioso que husmeaba corrupciones. En la concavidad vertiginosa de las olas que avanzaban hasta desplomarse, giraban algas muertas y el último reflejo del poniente.

Juan Marsé
La muchacha de las bragas de oro

En abril de 1976 veía la luz un libro de título absolutamente revelador: Descargo de conciencia (1930-1960). Su autor, Pedro Laín Entralgo, fue uno de aquellos intelectuales que, habiendo participado en el alzamiento del bando nacional, intentaba lavar su imagen al cabo de los años con la publicación de unas memorias que pretendían justificar lo injustificable. Así, al menos, lo entendió Juan Marsé, quien se inspiró en dicho autor y alegato para fabular en torno a la figura de un viejo falangista obsesionado, a última hora, con reescribir su propia historia.

Que retocar la versión oficial de los hechos conduce a establecer ese concepto de contornos tan difusos llamado la verdad ya había sido de sobras probado por Orwell en 1984. Lo de Marsé, en cambio, encabezado por un sugerente e irónico título que se inspiraba (nadie lo diría) en el de una novela de Balzac de 1835 (La Fille aux yeux d'or), se acabaría convirtiendo en el Premio Planeta del 78 y, dos años más tarde, en una adaptación cinematográfica dirigida por Vicente Aranda.

Lautaro Murúa en el papel del crepuscular Luys Forest

Sorprende que, en el ideario colectivo, la película haya quedado como paradigma del cine del destape, cuando en realidad su génesis obedecía a motivos meramente ideológicos. Cierto que hay mucho sexo en ella y que tanto la actriz protagonista (una Victoria Abril que a la sazón contaba veinte exultantes primaveras) como el propio Aranda se asocian con un determinado período (el de los años de la Transición) marcado por el fin de la represiva censura franquista. Más cierto aún que, en aquel entonces, se cayó frecuentemente en el error de recurrir al recurso fácil del erotismo como medio de dorarle la píldora a un público que, de otro modo, se consideraba que habría hecho caso omiso de determinadas producciones. Pero de ahí a obviar el verdadero trasfondo de la historia hay una gran diferencia.

Luego está el eterno dilema de lo poco o nada satisfecho que está Marsé de las adaptaciones que de sus obras se han realizado, lo cual también contribuye (y mucho) a que se pasen por alto las posibles cualidades. En el caso de La muchacha de las bragas de oro conviene subrayar la meritoria interpretación de Lautaro Murúa, aquel gran actor (chileno de nacimiento, argentino de vocación y español de adopción) que muchos años antes trabajara a las órdenes de Berlanga en La boutique. O la banda sonora compuesta por Manel Camp, una partitura para violonchelo que se ajusta a la perfección al espíritu decadente de la trama. O el acierto de elegir la canción "J'attendrai" del corso Tino Rossi como leitmotiv, teniendo en cuenta sus involuntarias connotaciones fascistoides: en el campo de concentración de Mauthausen servía de "hilo musical" para los internos que estaban a la espera de ingresar en las cámaras de gas.



De modo que, dejando a un lado lo que de superfluo pueda tener la historia de una sobrina desinhibida que intenta seducir a un tío que no es su tío, de un fotógrafo mudo que en realidad es una joven suicida o del perro Mao enterrando y desenterrando recuerdos, lo mejor será quedarnos con diálogos tan elocuentes como el que sigue:

FOREST: "Nada es como es, sino como se recuerda", dijo Valle-Inclán.
MARIANA: "Y todos queremos ser otro", dijo un señor que se llamaba no sé cómo.
FOREST: Veo que has leído un par de libros.
MARIANA: Casi los mismos que tú. Ay, perdona... ¡Qué lío, tío! ¿Por qué no fuiste como te recuerdas?
FOREST: Todavía no lo sé. Me voy enterando de mi vida a medida que la escribo.
MARIANA: Yo también. Cuando estoy flipada, me voy enterando de lo que pienso a medida que lo digo.


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