domingo, 19 de febrero de 2017

La invención de Hugo (2011)




Título original: Hugo
Director: Martin Scorsese
EE.UU., 2011, 126 minutos

La invención de Hugo (2011) de Martin Scorsese


Puede que, en determinados momentos, La invención de Hugo esté aparentemente más cerca de la saga Harry Potter que no del universo fílmico de Scorsese. Sin embargo, aunque se trate de la adaptación en 3D de un best seller para todos los públicos, no puede negarse que sólo un cinéfilo como él podía dirigir semejante homenaje al cine mudo y, en especial, a la obra de Georges Méliès.



Como tampoco sorprende que fuese galardonada con cinco premios Óscar en categorías de tipo técnico, habida cuenta del enorme despliegue de medios que se observa ya desde la escena inicial y su sabio uso de la animación. Precisamente, uno de los recompensados por su trabajo fue Robert Richardson, el director de fotografía que consigue dotar a las imágenes de esa pátina color sepia que nos remite de inmediato a los años treinta. Pese a que convendría destacar también la banda sonora del canadiense Howard Shore, todo un especialista en superproducciones como ésta y cuya partitura se complementa, en algunas secuencias, con piezas de Satie y Saint-Saënts.



En el apartado actoral, destacan los nombres de Ben Kingsley (Méliès) y de Christopher Lee en una breve aparición como librero sofisticado y erudito. Aunque es el primero de ellos, sobre todo, quien contribuye con su enorme parecido físico a rememorar los últimos días del genio condenado a malvivir en un mísero quiosco del vestíbulo de una gran estación parisina. Y no sólo eso: con la llegada de la Primera Guerra Mundial, su estudio de cristal caerá en la ruina, el celuloide de sus películas se utilizará para fabricar zapatos y a él mismo se le llegará a dar por muerto...

El que unos chicos lo rescaten del olvido, junto con algunos filmes de Harold Lloyd o de los Lumière, no es más que un pretexto argumental: en realidad, Scorsese aspira a dar a conocer el legado de los pioneros a las nuevas generaciones (y de ahí el excesivo tono didáctico de algunos pasajes). Lo cual siempre es perdonable, tratándose de una buena causa como ésta.


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