domingo, 6 de agosto de 2017

Nobleza baturra (1935)




Director: Florián Rey
España, 1935, 85 minutos

Nobleza baturra (1935) de Florián Rey


Por más que se estrenase durante la Segunda República, el ideario que hay detrás de una película como Nobleza baturra desciende, por vía directa, de la más rancia tradición calderoniana. La exaltación religiosa (con escena final ante el altar de la Pilarica) y, sobre todo, el tema de "la negra que llaman honra" así lo acreditan. No hay que restarle méritos, sin embargo, a la soberbia puesta en escena de Florián Rey, con un uso del primerísimo plano que denota la clara influencia del cine mudo soviético, ni al innegable olfato comercial de un hombre que supo sacarle el máximo partido al texto de Joaquín Dicenta hijo. No en vano, de las tres adaptaciones cinematográficas que se llevaron a cabo de la obra (a saber: la muda de Vila Vilamala en 1925 y la versión en color de Juan de Orduña del 65) ha sido ésta la que aún perdura en el recuerdo.

Pero volviendo al conservadurismo que destila la película, encarnado en la idealización del folclore y las costumbres aragonesas, encontramos en ella detalles que ponen de manifiesto un nacionalismo a ultranza. Como el hecho, aparentemente sin importancia, de que Perico (el gracioso interpretado por Miguel Ligero) bautice a su asno con el nada inocente nombre de Abd el-Krim, líder de la insurrección rifeña durante los años veinte. A lo mejor es por eso que éste era, según dicen, uno de los filmes preferidos de Franco.

"¿Es verdad lo que dicen...?"

En cualquier caso, es precisamente el personaje de Perico, tipo que en el cine patrio posterior sería perfeccionado por Paco Martínez Soria y quintaesenciado por Alfredo Landa, el que nos aporta la nota exacta del espectador al que iba dirigida Nobleza baturra: un ser despreocupado y bonachón, orgulloso de su estulticia y decidido defensor del orden establecido. Sin olvidar al padre Juanico (Juan Espantaleón) y su sonrisa beatífica o al trío formado por María del Pilar (Imperio Argentina), Sebastián (Juan de Orduña) y Marco (Manuel Luna). A decir verdad, todo el meollo de la intriga dramática se basa en si han visto saltar a alguien de madrugada desde el balcón de la muchacha, lo cual no puede ser más revelador: el público que fue a ver en masa esta película comulgaba todavía, aunque fuese tácitamente, con planteamientos abiertamente misóginos en lo que a libertad femenina se refiere.

Cierto que la Pilar que interpreta Imperio Argentina es una mujer fuerte, que no se arredra ni ante su padre ni ante el arrogante Marco. Más cierto aún que la película ridiculiza a los murmuradores y comadres que sacan coplas mordaces sobre su reputación. Pero si así fue, ello obedecía más a una voluntad didáctica encaminada a influir sobre la malsana costumbre de la maledicencia entre las clases populares (dorándoles la píldora, a tal efecto, con números musicales) que no a una verdadera defensa de valores vinculados a la modernidad.

"Bien se ve que estás, mañica, de un mañico enamorada".

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