sábado, 14 de enero de 2017

Torbellino (1941)




Director: Luis Marquina
España, 1941, 96 minutos

Torbellino (1941) de Luis Marquina


Aunque se rodó en los Estudios Trilla-Orphea de Barcelona, la historia narrada en Torbellino (1941) se sitúa en Sevilla y en Madrid. Estamos en los primeros cuarenta, época en la que los receptores de radio eran aparatosos armatostes en el interior de un mueble de caoba, alrededor del que se agolpaba toda la familia. Fuente principal de entretenimiento, la música, las retransmisiones deportivas o los noticieros centraban la atención de los oyentes en los oscuros años de la autarquía.

Son varias las películas españolas que reflejan la importancia de la que gozaba el medio radiofónico en aquel entonces, siendo la más conocida Historias de la radio (José Luis Sáenz de Heredia, 1955). Menos célebre, pero igualmente interesante, es este Torbellino que protagonizó Estrellita Castro en 1941 bajo las órdenes de Luis Marquina.



El pedante director de Radio Iberia, don Segundo Izquierdo (Manuel Luna) pretende ofrecer una programación integrada única y exclusivamente por ópera, recitales poéticos y contenidos culturales de buen tono. Eternamente parapetado tras un ridículo monóculo, hace caso omiso de los consejos del prometido de su prima Luz, Juan (Manolo Morán), quien le recomienda que también introduzca música popular que satisfaga los gustos del público. En realidad, Segundo, un vasco de lo más terco, siente una honda aversión hacia todo lo folclórico, en especial si viene de Sevilla.

De modo que Juan ideará, junto con la aspirante a estrella de la copla Carmen Moreno, un plan que permita lanzar su carrera y salvar a Radio Iberia de la quiebra. En el camino se destapará, asimismo, el complot de un empleado que conspira a favor de la competencia y, cuestión inevitable, Segundo Izquierdo (que vive en el 2º izquierda: ¡qué "chispa"!) caerá rendido a los pies de la joven, al tiempo que aprende a ser menos serio y más flamenco.



Si vamos al fondo de lo que se muestra en Torbellino, no queda más remedio que admitir lo simplista y un tanto perverso de los presupuestos a partir de los cuales se construye su guion: la cultura como sinónimo de aburrimiento, el vasco como personaje rarito, estirado e intolerante al que hay que reeducar, lo andaluz como fuente de alegría... En definitiva, la imagen conformista y carente de todo espíritu crítico que desde el régimen interesaba inocular en los espectadores a través de sus retinas.

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