viernes, 26 de noviembre de 2021

Marcelino, pan y vino (1955)




Director: Ladislao Vajda
España/Italia, 1955, 91 minutos

Marcelino, pan y vino (1955) de Ladislao Vajda


Una mañanita, cuando los gallos aún dormían, oyó el hermano portero una especie de llanto al pie de la puerta que estaba sólo entornada. Escuchó mejor y acabó por salir a ver qué era lo que se oía. Allá lejos, por Oriente, parecía querer clarear el día; pero aún era de noche. Anduvo el hermano unos pocos pasos, guiado por aquel soniquete cuando vio algo así como un bulto de ropa que se movía. Se acercó; de allí salían los ruiditos, que no eran otros que los producidos por el llanto de un niño recién nacido que alguien había abandonado hacía unas horas...

José María Sánchez-Silva
Marcelino pan y vino

Película emblemática de toda una época e incluso fenómeno sociológico, Marcelino, pan y vino (1955) carece, sin embargo, de la sincera humildad cristiana presente en Francisco, juglar de Dios (1950) de Rossellini o la hondura espiritual que el danés Carl Theodor Dreyer supo imprimirle a Ordet (1955). No nos engañemos, esto es otra cosa: apenas la cara amable de aquel nacionalcatolicismo de obispos con el brazo en alto y dictador de opereta desfilando bajo palio. Lo cual no es óbice para reconocer la pericia de Vajda en la dirección y puesta en escena, así como la excelente fotografía en blanco y negro de Enrique Guerner.

Por otra parte, el encanto fotogénico del niño Pablito Calvo encarnando a un huérfano vivaracho que vive acogido en un convento de frailes franciscanos daría pie a una corta pero fulgurante carrera como estrella infantil (únicamente equiparable a la de Joselito, otro juguete roto del cine franquista) cuyas dos siguientes entregas, Mi tío Jacinto (1956) y Un ángel pasó por Brooklyn (1957), fueron también dirigidas por el ya mencionado cineasta de origen húngaro.



No cabe duda de que la figura de un tierno rapaz al que las circunstancias sitúan en un contexto eminentemente masculino, exento de experiencia en cambiar pañales, tiene gancho. Buena prueba de ello es el hecho de que, en muy diversas épocas y cinematografías, se haya recurrido a dicho planteamiento, siempre con igual éxito de público. Tal sería el caso, por ejemplo, de la cinta francesa Tres solteros y un biberón (1985) de Coline Serreau, objeto posteriormente de un remake hollywoodense: Tres hombres y un bebé (1987).

De todas formas, es la nota religiosa, culminada con la apoteosis de su correspondiente milagro, la que se acaba imponiendo en el filme que nos ocupa. Adornada, además, con la estructura propia de un cuento, toda vez que el monje al que da vida Fernando Rey recurre a la historia de Marcelino, acaecida poco después de la invasión napoleónica, para consolar a una pobre niña enferma que se ha quedado con sus padres en el pueblo mientras el resto de vecinos se ha ido de romería.



10 comentarios:

  1. Hola Juan, ¿cómo estás?
    No la vi, pero por alguna extraña razón que se me escapa tuvo mucho éxito por aquí y sé que en México también. Quizás sólo se debe a que es una buena película y nada más.

    Abrazos.

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    1. Hola, Frodo: por aquí todo bien. Espero que tú también.

      La película obtuvo una repercusión enorme a nivel internacional y, desde entonces, ha dado lugar a numerosos remakes. Los motivos de su éxito cabría achacarlos a razones de muy diversa índole (fervor religioso, una historia capaz de tocar la fibra...), aunque estoy contigo en que, básicamente, se trata de un filme bien hecho y punto.

      Abrazos.

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  2. La película no tiene nada que ver con las reflexiones filosófico-religiosas de otros cineastas, algunos de los cuales mencionas. Esto es, sobre todo, un cuento, de temática religiosa, sí, pero un cuento y la evocadora historia de José María Sánchez Silva, encontró en Ladislao Vajda, el vehículo perfecto para trasladar a la pantalla toda la fuerza, el encanto y la ternura del cuento original.

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    1. Todo lo que apuntas es bastante cierto, si bien en el trasfondo de la historia se intuye una carga ideológica un tanto discutible. En todo caso, la cara angelical de Pablito Calvo, reforzada en el estudio de doblaje con la voz de Matilde F. Vilariño, logró enternecer a los espectadores de varias generaciones.

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  3. Hola Juan!
    Con todo no guardo un mal recuerdo, es mas, esta película me recuerda mucho a mi madre, le fascinaba.
    Saludos y buen finde!

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    1. Te comprendo, Fran. Tus palabras conectan de pleno con uno de los diálogos que Marcelino mantiene con el Cristo:

      -¿Qué hacen las madres?
      -Dar, Marcelino. Siempre dar.
      -¿Y qué dan?
      -Dan todo: se dan a sí mismas; dan a los hijos sus vidas y la luz de sus ojos hasta quedarse ciegas y arrugadas.
      -¿Y feas?
      -Feas no, Marcelino: las madres nunca son feas...

      Saludos.

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  4. La referencia de lo que digo en la entrada más actual es por esta película cla4o, que vuelvo a repetir que no tenía ni idea que era una película ja... abrazo grande

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    1. Pues ya ves: nunca te irás a dormir sin haber aprendido algo nuevo.

      Un abrazo

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  5. Yo la interpreté desde una perspectiva más sombría, pensando en su época y en que gran parte del cine de Ladislado Vajda gira sobre la infancia y su soledad, condicionada ambas por el mundo adulto. Toda la historia de “Marcelino Pan y Vino” es la leyenda (y por tanto, ajena a la realidad) mediante la cual el religioso interpretado por Fernando Rey intenta condicionar a unos padres afligidos por la muerte de su hijo. Intenta venderles el cuento de que su hijo está en un lugar mejor, pero dudo que este cuento calme el dolor, ya que no les devolverá al ser querido. Y dentro de la propia historia de Marcelino veo la soledad del niño, que, como cualquier mente infantil en su lugar, intenta escapar de ella buscando e inventando un amigo imaginario que le ayude a entender y a (sobre)vivir dentro del entorno donde le dictan el camino a seguir, y que él no comprende. La ausencia de otros niños y de la madre le condiciona, ya que solo conoce a las figuras paternales de los monjes que, aunque quizá de modo inconsciente, le adoctrinan y modelan según su imagen aceptada; por lo que dudo que haya posibilidad de que Marcelino se libere de la soledad infantil y del condicionamiento ideológico al que es sometido. Pero lo dicho, solo es una opinión basada en la perspectiva que escogí al reflexionar sobre la película.

    Saludos.

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    1. Desde luego es una interpretación bastante plausible y mejor argumentada. De todos modos, a mí siempre me ha parecido que tras la cara angelical de ese niño se esconde un punto de perverso proselitismo.

      Saludos.

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