sábado, 17 de septiembre de 2022

La rebelión (1993)




Título original: Die Rebellion
Director: Michael Haneke
Austria, 1993, 105 minutos

La rebelión (1993) de Michael Haneke


La noche era clara y silenciosa. Ladraban los perros. Se oían puertas a lo lejos. La nieve crujía, aunque no la pisaba nadie, sólo porque el viento la rozaba. Fuera, el mundo parecía ensancharse. A través de la grieta se veía un angosto pedacito de cielo. Pero no daba una idea clara de su infinitud. ¿Vivía Dios detrás de las estrellas? ¿Veía la aflicción de un ser humano y no se conmovía? ¿Qué ocurría tras el gélido azul? ¿Reinaba un tirano sobre el mundo, y su injusticia era tan insondable como su cielo?

Joseph Roth
La rebelión (1924)
Traducción de Feliu Formosa

Lo interesante de este telefilme, adaptación de la novela homónima de Joseph Roth (1894-1939) que Haneke dirigió para la ORF (la televisión pública austríaca), es que permite rastrear no pocos elementos sobre los que el cineasta volvería a incidir a lo largo de su filmografía. Así, por ejemplo, la voz en off de un narrador o la utilización del blanco y negro (sepia en este caso) remiten de inmediato a La cinta blanca (Das weiße Band, 2009), filme en el que, además de contar también con la presencia de Branko Samarovski, protagonista de Die Rebellion (1993), se ahondaba igualmente en aspectos históricos de enorme trascendencia para el mundo germánico.

Veterano de la Gran Guerra, en el transcurso de la cual perdió una pierna, Andreas Pum (Samarovski) se reincorpora a la vida civil henchido de orgullo por lo que él considera un acto de servicio a mayor gloria de su patria y de su emperador. Pero ya en el hospital comienza a darse cuenta de que no todo el mundo opina de la misma manera y son varios los convalecientes, a los que Andreas califica de "paganos", que se muestran irónicos frente a su fervor bélico.



Una vez dado de alta, el pobre diablo obtendrá una licencia para ganarse la vida como organista callejero. Y no sólo eso, sino que, además, llegará a saborear los placeres de la vida conyugal al contraer matrimonio con la viuda Blumich (Judit Pogány). Sin embargo, un hecho totalmente fortuito va a cambiar su destino: un día de lluvia, el hombre sube a un tranvía y allí se encara con otro viajero, un orondo burgués que no cesa de llamar "bolcheviques" y "farsantes" a los ex combatientes que, según él, fingen sus heridas para vivir del cuento. Resultado: el patriota Pum dará con sus huesos en la cárcel, degradado por un sistema que no tiene en cuenta su abnegada lealtad hacia la causa por la que luchó.

Resulta inevitable ver esta situación y no pensar en la escena de Código desconocido (Code inconnu, 2000) en la que un joven de origen africano acaba detenido por intentar defender otra causa justa. Queda claro, pues, el afán desmitificador de un cineasta empeñado en mostrar que la justicia brilla por su ausencia en un mundo esencialmente corrupto. A este respecto, los mecanismos del Estado que teóricamente tendrían que velar por el sostén económico de un mutilado de guerra se revelan de una crueldad demoledora para con el individuo. Hasta el extremo de que el pobre Andreas Pum, en la hora dolorosa de su muerte, no sólo reniega de sus antiguos ideales, sino hasta del propio Dios que asiste impasible a tantísimos abusos.



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