Director: José María Zabalza
España, 1965, 75 minutos
Julieta engaña a Romeo (1965) de J.M. Zabalza |
Escrita y dirigida por el vasco José María Zabalza (1928-1985), tal y como lo atestiguan los exteriores rodados en localizaciones de Irún y Hondarribia, Julieta engaña a Romeo (1965) juega en torno a conceptos típicamente vodevilescos como lo puedan ser el honor, la doble moral o las infidelidades conyugales. Se trata, en ese sentido, de una comedia ligera, aunque amable en su forma de exponer los hechos. El caso es que ya desde los títulos de crédito iniciales, con dibujos animados de Manuel Sayans y alegre música de jazz a cargo de Fernando García Morcillo, se marca cuál será el tono de una película sin mayor ambición que entretener al respetable.
Claro que también es cierto que no faltan equívocos y chanzas de todo tipo a propósito de la institución matrimonial, representada por Roberto (Germán Cobos) y Julita (Gloria Osuna), "felizmente" casados, si bien él mantiene una relación paralela con Matilde (Lina Morgan) mientras que ella acude todos los días al cementerio para llevarle flores a un misterioso difunto. Lo cual provocará que el marido se ausente reiteradamente de su puesto de trabajo, con el beneplácito del jefe, claro está, para comprobar si su mujer tiene de verdad un amante.
Aun así, no hay que perder de vista el particular contexto sociológico en el que se rodó una cinta cuyo principal morbo, comenzando por el propio título, reside en el hecho de coquetear con la posibilidad de que la esposa cometa adulterio, circunstancia que la legislación franquista podía castigar, conviene tenerlo presente, con penas de hasta seis años de cárcel.
El resto de la trama, no obstante, discurre por derroteros tirando a blanco en los que se hace broma a propósito de la porra del novio de Luisa (Juanjo Menéndez), que es guardia urbano, o de la manera tan original que tiene éste de ensayar sus habilidades con el silbato. También están las broncas familiares entre consuegros, los típicos dimes y diretes sobre si mi hija es digna de haberse casado con el bruto de mi yerno y viceversa. E incluso un original y algo surrealista ir y venir de sonámbulos. Minucias que, en resumidas cuentas, y lejos de cuestionar los valores de una sociedad abiertamente patriarcal, quedan en simple comedia de costumbres, crítica benévola de la hipocresía reinante, pero poco más.