domingo, 10 de noviembre de 2024

Julieta engaña a Romeo (1965)




Director: José María Zabalza
España, 1965, 75 minutos

Julieta engaña a Romeo (1965) de J.M. Zabalza


Escrita y dirigida por el vasco José María Zabalza (1928-1985), tal y como lo atestiguan los exteriores rodados en localizaciones de Irún y Hondarribia, Julieta engaña a Romeo (1965) juega en torno a conceptos típicamente vodevilescos como lo puedan ser el honor, la doble moral o las infidelidades conyugales. Se trata, en ese sentido, de una comedia ligera, aunque amable en su forma de exponer los hechos. El caso es que ya desde los títulos de crédito iniciales, con dibujos animados de Manuel Sayans y alegre música de jazz a cargo de Fernando García Morcillo, se marca cuál será el tono de una película sin mayor ambición que entretener al respetable.

Claro que también es cierto que no faltan equívocos y chanzas de todo tipo a propósito de la institución matrimonial, representada por Roberto (Germán Cobos) y Julita (Gloria Osuna), "felizmente" casados, si bien él mantiene una relación paralela con Matilde (Lina Morgan) mientras que ella acude todos los días al cementerio para llevarle flores a un misterioso difunto. Lo cual provocará que el marido se ausente reiteradamente de su puesto de trabajo, con el beneplácito del jefe, claro está, para comprobar si su mujer tiene de verdad un amante.



Aun así, no hay que perder de vista el particular contexto sociológico en el que se rodó una cinta cuyo principal morbo, comenzando por el propio título, reside en el hecho de coquetear con la posibilidad de que la esposa cometa adulterio, circunstancia que la legislación franquista podía castigar, conviene tenerlo presente, con penas de hasta seis años de cárcel.

El resto de la trama, no obstante, discurre por derroteros tirando a blanco en los que se hace broma a propósito de la porra del novio de Luisa (Juanjo Menéndez), que es guardia urbano, o de la manera tan original que tiene éste de ensayar sus habilidades con el silbato. También están las broncas familiares entre consuegros, los típicos dimes y diretes sobre si mi hija es digna de haberse casado con el bruto de mi yerno y viceversa. E incluso un original y algo surrealista ir y venir de sonámbulos. Minucias que, en resumidas cuentas, y lejos de cuestionar los valores de una sociedad abiertamente patriarcal, quedan en simple comedia de costumbres, crítica benévola de la hipocresía reinante, pero poco más.



sábado, 9 de noviembre de 2024

Muere una mujer (1965)




Director: Mario Camus
España, 1965, 95 minutos

Muere una mujer (1965) de Mario Camus


Más allá de rendir homenaje al cine de Hitchcock, Muere una mujer (1965) supuso un intento fallido por parte del entonces inexperto Mario Camus de adentrarse en fórmulas cinematográficas para cuya complejidad escénica todavía no estaba capacitado. Aun así, y pese a sus muchas incongruencias (desde fallos de guion, coescrito junto a Carlos Saura, hasta un uso tímido, tirando a torpe, del sarcasmo), la película se deja ver con un cierto agrado, mayormente por la elegancia de su reparto, encabezado por el siempre eficaz Alberto Closas, y una excelente fotografía en color de Víctor Monreal en la que colaboraron como ayudantes Luis Cuadrado y Teo Escamilla.

Se trata, por lo demás, de una típica intriga con cadáver en el maletero y un falso culpable a lo Cary Grant (interpretado por el ya mencionado Closas) que deberá convencer de su inocencia a la policía, pero no tanto al espectador, quien en una de las secuencias iniciales ha visto cómo una silueta arrastraba el cuerpo sin vida del vecino, entre las sombras de un garaje, para depositarlo en el interior del coche del protagonista.



Se da la circunstancia, además, de que una muerte desencadena otra, puesto que la esposa del protagonista, a la que da vida Mabel Karr (rubia platino al más puro estilo hitchcockiano, al igual que su hermana en la ficción, Gisia Paradís), caerá fulminada, víctima de un repentino infarto, cuando, en el transcurso de una excursión familiar a la playa, descubra el siniestro contenido del maletero. Verosímil o no, así plantearon la trama Camus y Saura.

Cabría subrayar, por último, aparte de los interesantes exteriores rodados en la Barcelona de la época (atención al intento de asesinato, excepcionalmente filmado en la estación de La Bonanova), cómo los autores colaron una relación a todas luces homosexual al hacer que dos de los personajes, el decorador Juan de la Peña (Tomás Blanco) y su joven ayudante Víctor Andrada (Francisco Guijar), compartieran apartamento. Circunstancia que no pasó desapercibida para la censura franquista, pero que, a pesar de los retoques impuestos en el libreto, se sigue percibiendo, por ejemplo, en la escena de la piscina.



domingo, 3 de noviembre de 2024

La sombra del vampiro (2000)




Título original: Shadow of the Vampire
Director: E. Elias Merhige
Reino Unido/Luxemburgo/España/EE.UU., 2000, 96 minutos

«Si el objetivo no lo capta, no existe»

La sombra del vampiro (2000) de E. Elias Merhige


Por muy descabellada que fuese la premisa sobre la que se sustenta el guion de Shadow of the Vampire (2000), no cabe duda de que la presencia al frente del reparto de dos astros de la interpretación como John Malkovich, en el papel de Murnau, y Willem Dafoe, haciendo de vampiro, permitió salvar con bastante decoro lo que, de otro modo, no habría pasado de simple engendro cinematográfico.

No obstante, la leyenda en torno a la cual giran los hechos —a saber: que el actor alemán Max Schreck, protagonista de la cinta de terror expresionista Nosferatu (1922), era realmente una criatura maligna del más allá— sirvió de base para que el guionista Steven Katz urdiera una interesante trama a propósito del rodaje de uno de los títulos míticos del cine mudo.



A este respecto, la cinta del director E. Elias Merhige entronca con una tradición de películas ambientadas en los entresijos de algún momento clave de la historia del cine, ya sea la gestación de Ciudadano Kane (1941), caso de la discreta RKO 281 (1999) de Benjamin Ross (donde también intervenía, por cierto, John Malkovich), o de Psicosis (1960) en la regular Hitchcock (2012) de Sacha Gervasi.

Al margen de las muchas licencias que se permite el libreto y del carácter enfático de unos diálogos que tienden a subrayar lo que el espectador puede perfectamente deducir por sí mismo, lo cierto es que Dafoe sería, no obstante, nominado al Óscar a Mejor Secundario al igual que los responsables del maquillaje, de modo que la cinta, producida por Nicolas Cage, salió medianamente bien parada en cuanto a éxito comercial se refiere.



sábado, 2 de noviembre de 2024

Nosferatu, vampiro de la noche (1979)




Título original: Nosferatu - Phantom der Nacht
Director: Werner Herzog
Alemania/Francia, 1979, 107 minutos

Nosferatu, vampiro de la noche (1979)


Pese a tratarse de un remake más o menos fiel del clásico mudo de Murnau, la puesta en escena de Nosferatu - Phantom der Nacht (1979) y, sobre todo, el tratamiento visual de sus imágenes denotan que la mirada del alemán Werner Herzog estaba claramente contaminada por el influjo de la Hammer y su serie de películas protagonizadas por Christopher Lee. En ese sentido, la fotografía de Jörg Schmidt-Reitwein, así como el maquillaje y hasta el diseño de vestuario de Gisela Storch entroncan con una tradición fílmica mucho más reciente (y, por ende, mucho más reconocible para el gran público) que ya no era la del período silente.

Con todo y con eso, la versión que nos ocupa, libre ya de cualquier atadura respecto a los derechos de autor de la novela, restaura el nombre de Drácula para el célebre conde de los Cárpatos —en lugar de Orlok, como lo había rebautizado Murnau—, el cual, en la soberbia interpretación de Klaus Kinski, adquiere una dimensión inusualmente lánguida, muy alejada de anteriores encarnaciones del personaje y, por qué no decirlo, de los habituales tour de force interpretativos del propio y siempre histriónico Kinski. Circunstancia con la que tal vez tuvieron algo que ver, aparte de las indicaciones proporcionadas por Herzog al dirigirlo, las casi cuatro horas diarias de maquillaje a las que se vio sometido el actor.



Las inquietantes momias de Guanajuato con las que se abre el filme, unidas al misticismo de la música de Wagner y a las composiciones del grupo Popol Vuh que sirven de banda sonora, confieren al conjunto una impronta enigmáticamente pausada en la que la belleza marmórea de Lucy (Isabelle Adjani) ejerce un influjo irresistible sobre el Príncipe de las Tinieblas. Dato que no deja de ser curioso, ya que este Drácula, a diferencia de sus antecesores, se lamenta por el hecho de no poder envejecer y morir como todos los mortales. Detalle quizá irrelevante, en vista de que al final de la historia será Harker (Bruno Ganz) quien continúe esparciendo el mal sobre la faz de la tierra.

Aparte de por su aura contemplativa, la cinta de Herzog, rodada parcialmente en Alemania, Holanda y la antigua Checoslovaquia, destaca también por los miles de ratas que se utilizaron durante la filmación. Blancas, al parecer, pero pintadas de gris a requerimiento del cineasta, lo cual suscitó alguna que otra queja entre los miembros del equipo por presunto maltrato animal. Sea como fuere, lo cierto es que Herzog llegaría a comentar irónicamente que los roedores, transmisores de una mortífera epidemia de peste en la ficción, se comportaron mejor durante el rodaje que el un tanto irascible Klaus Kinski…



viernes, 1 de noviembre de 2024

Nosferatu (1922)




Director: F.W. Murnau
Título original: Nosferatu, eine Symphonie des Grauens
Alemania, 1922, 95 minutos

Nosferatu (1922) de F.W. Murnau


Obra maestra del expresionismo alemán, la bien merecida fama de la hoy ya más que centenaria Nosferatu (1922) difiere, sin embargo, del carácter vampírico tal y como quedaría definitivamente fijado en el imaginario colectivo tras la irrupción de Bela Lugosi, primero, y Christopher Lee años después. Se trata, por lo tanto, de una versión con personalidad propia respecto al mito creado a finales del XIX por el irlandés Bram Stoker en su célebre novela. Diferencias con las que Murnau pretendía desmarcarse de su modelo, pero que, aún así, no evitaron que la viuda del escritor emprendiese acciones legales que a punto estuvieron de hacer desaparecer toda copia existente de la película.

Por fortuna, ello no fue así y la terrorífica efigie del conde Orlok (Max Schreck) continuará de por vida acechando en las tinieblas y, sobre todo, haciendo las delicias de un público cinéfilo que lo ha elevado a la categoría de leyenda. Existen, a este respecto, todo tipo de rumores acerca de si el actor protagonista era realmente un vampiro o cualquier otro engendro por el estilo. Y ciertamente, dada su apariencia estremecedora y el significado de su apellido ('terror' en alemán), el terreno parecía abonado para que se extrajeran conjeturas de toda índole. Nada más lejos de la realidad, aunque ya se sabe que esa clase de cuestiones contribuyen a alimentar el aura de misterio en torno a una cinta que, además de criaturas que se desintegran con los primeros rayos del amanecer, plantea también la posibilidad de que éstas viajen en barco propagando una enigmática epidemia de peste.



Subtitulada originalmente como "Una sinfonía del horror", la puesta en escena de Murnau destaca, no obstante, por su predilección por rodar en exteriores y a plena luz del día, cosa nada sencilla hace un siglo, por cierto, cuando las cámaras y demás equipo de filmación no eran precisamente artefactos ligeros. El caso es que, con su gusto por encuadrar los planos ayudándose de arcos, puertas y otros elementos arquitectónicos análogos, el cineasta saca partido de la profundidad de campo en no pocas secuencias.

Por último, y ya en otro orden de cosas, no es un dato irrelevante mencionar el regusto innegablemente decimonónico de lo que no deja de ser una historia de amor romántico (en el sentido literario del término) entre Hutter (Gustav von Wangenheim) y la angelical Ellen (Greta Schröder). Un aliciente más para revisitar este clásico del cine mudo, especialmente si, como es nuestro caso, se tiene ocasión de disfrutar de la impecable versión restaurada por Luciano Berriatúa.