Título original: I racconti di Canterbury
Director: Pier Paolo Pasolini
Italia/Francia, 1972, 111 minutos
Los cuentos de Canterbury (1972) de Pasolini |
-Damas y caballeros -empezó el anfitrión-, háganse a sí mismos un favor y escuchen lo que voy a decir y no menosprecien mis palabras. En resumen, he aquí mi propuesta: cada uno de ustedes, para que el camino les parezca más corto, deberá contar dos cuentos durante el viaje. Quiero decir, dos en la ida y dos en la vuelta. Cuentos del estilo de «érase una vez…». El que relate su historia mejor -con el argumento más edificante y divertido- será obsequiado con un banquete a costa del resto del grupo, aquí, en esta posada y bajo este mismo techo, al regresar de Canterbury. Y para hacerlo más divertido, tendré mucho gusto en cabalgar junto a ustedes a mis propias expensas y en ser su guía. El que no se someta a mi decisión deberá pagar todos los gastos del trayecto. Ahora, si ustedes están de acuerdo, háganmelo saber enseguida, sin más dilación, y efectuaré los preparativos pertinentes.
Geoffrey Chaucer (1343–1400)
The Canterbury Tales
Traducción de Pedro Guardia Massó
Hay un determinado momento de I racconti di Canterbury (1972) en el que vemos al propio Pier Paolo Pasolini, quien se reserva para sí el papel de Geoffrey Chaucer, ojeando divertido algún pasaje del Decamerón de Boccaccio. Curiosa forma del cineasta italiano de engarzar con la primera entrega de su Trilogía de la vida, como si quisiera equipararse con el autor de una obra cumbre de la literatura universal. No en vano, la adaptación que lleva a cabo de ocho de los veinticuatro relatos cantuarienses originales vuelve a ser un prodigio en lo que a vestuario y localizaciones se refiere. De hecho, la película resultó agraciada con el Oso de Oro del Festival de Berlín, en lo que supone uno de los mayores éxitos comerciales en la carrera de un director que, sin embargo, acabaría renegando de la notoriedad alcanzada gracias a una cinta cuyo erotismo suscitó el interés desmesurado de un público no precisamente sensible a los valores artísticos de la impecable puesta en escena.
Con todo y con eso, la ambientación medieval de la trama no es óbice para que Pasolini, mediante la participación del ubicuo Ninetto Davoli, rinda homenaje a Charlot en uno de los cuentos, en el que interviene, asimismo, Josephine Chaplin, hija del célebre artista. De lo que cabe inferir una más que evidente voluntad cómica a la hora de plasmar en imágenes la ya de por sí jocosa fuente literaria en la que éstas se basan.
Por lo demás, el trasfondo británico de todos y cada uno de los episodios, interpretados, en su mayoría, por actores de dicha procedencia, casa perfectamente con la italianidad de unos diálogos en los que se dejan oír multitud de acentos, señal inequívoca del carácter popular con el que el poeta-cineasta gustó siempre adornar la mayor parte de su producción cinematográfica.
Aparte de la lujuria, también el resto de pecados capitales están muy presentes en un filme que llama la atención por su desinhibido tratamiento de los placeres carnales. De ahí que el diablo haga acto de presencia en varias ocasiones, ya sea interpretado por Franco Citti, otro de los imprescindibles del universo pasoliniano, o bien dando rienda suelta a los excesos escatológicos de la última secuencia, especie de averno volcánico presumiblemente inspirado en algún cuadro de El Bosco.
Es cierto que, para el gran público, el erotismo ocultó otros valores del film.
ResponderEliminarAparte de que, sin el reclamo de dicho elemento, ese gran público tampoco habría ido a ver la película.
EliminarHa pasado mucho tiempo desde que la vi, pero recuerdo el realismo característico de Pasolini, su muy personal puesta en escena y esa "firma" de la película que es su aparición como Chaucer que nombras en el post.
ResponderEliminarSaludos!
Resulta menos críptica que otros títulos de su filmografía, si bien encierra una reflexión a propósito de la condición humana y el gran teatro del mundo que es muy propia del siempre cáustico Pasolini.
EliminarSaludos.
Muy curiosa la referencia a Charlot.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tan curiosa como las carantoñas del inefable Ninetto Davoli. Josephine Chaplin, por cierto, quien comparte la escena con él, quedó entusiasmada con el homenaje a su padre.
EliminarUn abrazo.