Título original: Il fiore delle mille e una notte
Director: Pier Paolo Pasolini
Italia/Francia, 1974, 130 minutos
Las mil y una noches (1974) de Pasolini |
En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. ¡Loado sea Dios, Señor de los Mundos! ¡La bendición y la salud desciendan sobre el señor de los enviados, nuestro amo y dueño, Mahoma, y sobre sus familiares y compañeros; desciendan incesantes, continuamente, hasta el día del juicio! La experiencia de los antepasados constituye una enseñanza para quienes vienen detrás y el hombre saca provecho de lo que ha acontecido a sus semejantes; considera y estudia los acaecimientos de los pueblos, lo que les ha ocurrido y lo tiene en cuenta. ¡Gloria a Quien creó las historias de los antepasados e hizo que fuesen fuente de enseñanzas para sus sucesores! Entre esas historias se incluyen las narraciones que se llaman las «Mil y una noches» y todas las cosas extraordinarias y refranes que contienen.
Prefacio de Las mil y una noches
Traducción de Juan Vernet
Es posible que, entre otras muchas razones, Pasolini eligiese el título de Trilogía de la vida —integrada por Il Decameron (1971), I racconti di Canterbury (1972) e Il fiore delle mille e una notte (1974)— a causa del aliento que todos esos filmes insuflan a las páginas muertas de los libros en los que están basados.
En el caso que nos ocupa el telón de fondo lo componen palmerales idílicos, milenarias murallas de adobe y las callejas colindantes al zoco de alguna remota ciudad de Oriente. Una estampa adornada con los ecos de la chiquillería del lugar, corriendo en pos de Nureddin (Franco Merli) mientras éste, a su vez, implora por el paradero de su adorada Zumurrud (Ines Pellegrini).
El motivo del rapto de la esclava, uno de los más recurrentes de la literatura universal, cuyo origen se remonta hasta la Ilíada, da pie a la típica estructura concéntrica en la que una historia lleva a otra historia como si de una muñeca rusa se tratase. Son relatos, cuentos con moraleja las más de las veces, en torno al amor, el sexo y la codicia humana, temas tan antiguos como el mundo y, sin embargo, siempre vigentes.
Para filmar tan suntuoso material Pasolini se trasladó hasta los confines más remotos de Irán, Nepal, Etiopía o el Yemen: localizaciones exuberantes, repletas de un encanto pintoresco que es en sí mismo, junto a sus gentes, el atractivo principal de una obra irrepetible por lo que tiene de documento etnográfico de primer orden. A tal efecto, los rostros atezados de unos y de otros transmiten una sensación de realidad cercana al reportaje, máxime si se considera, tal y como reza la cita introductoria con la que se abre la película, que “la verdad no está en un solo sueño, sino en muchos sueños”.
Basada en el clásico entre los clásicos de la literatura oriental.
ResponderEliminarY, al mismo tiempo, sin perder ni un ápice del universo del propio Pasolini.
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