Título original: The Last Temptation of Christ
Director: Martin Scorsese
EE.UU./Canadá, 1988, 164 minutos
La última tentación de Cristo (1988) de Martin Scorsese |
«Aborrezco, desprecio vuestras fiestas; la pestilencia de los terneros que me degolláis me da náuseas; no puedo oír vuestros salmos ni vuestros oboes...» Ya no era el profeta, ya no era Dios el que hablaba sino sólo el corazón de Jesús, que sentía náuseas y gritaba. Durante algunos segundos sufrió como un desfallecimiento; todo desapareció de pronto, el cielo se abrió y un ángel de cabellera de fuego se precipitó al aire. De su cabeza salían llamas y humo; se subió a una piedra negra en medio del patio y blandió la espada hacia el Templo orgulloso y recubierto de oro...
A medio camino entre el Jesús que imaginara Pasolini en Il vangelo secondo Matteo (1964) y el tremendismo de la Pasión (2004) de Mel Gibson, la propuesta de Scorsese y su guionista Paul Schrader, a partir de la novela del griego Nikos Kazantzakis (1883–1957), se situaba en el siempre espinoso terreno de querer apartarse de la clásica imagen de un Cristo sin fisuras que la iconografía oficial ha venido difundiendo durante los últimos dos mil años.
Y es que humanizar al Mesías mostrando sus debilidades fue considerado poco menos que una gravísima blasfemia por parte de los sectores más ortodoxos de la cristiandad. Hasta el extremo de que el director, debido a las numerosas amenazas de muerte recibidas, necesitó ir acompañado de guardaespaldas en sus apariciones públicas. Protestas a nivel internacional que, el 22 de octubre de 1988, se traducirían en el ataque incendiario de un grupo integrista católico que hizo explotar un artefacto en un cine de París en el que se estaba proyectando la película.
Sea como fuere, lo cierto es que el italoamericano supo poner el dedo en la llaga con la maestría habitual en él. Por ejemplo, a la hora de diseñar el reparto. En ese sentido, un rostro tan anguloso como el de Willem Dafoe le aporta, sin duda, al personaje la carga necesaria de tribulación que atenaza su interior. O el hecho de que los apóstoles hablen con acento del Bronx, mientras que los romanos se expresan en un impecable inglés británico: recurso que el cinéfilo Scorsese aprendió del Kubrick de Espartaco (1960). A este respecto, la elección de David Bowie para interpretar al refinado Poncio Pilato fue también todo un acierto.
Mención aparte merece, por último, la banda sonora de Peter Gabriel, un auténtico portento de audacia creativa que, valiéndose de sonoridades étnicas inéditas en el cine de Hollywood, aportaba la nota exacta de veracidad (o, por lo menos, una cierta sensación de rigor histórico) frente a la parafernalia del cartón piedra de las producciones bíblicas convencionales.
Nikos Kazantzakis
La última tentación (1955)
Traducción de Roberto Bixio
A medio camino entre el Jesús que imaginara Pasolini en Il vangelo secondo Matteo (1964) y el tremendismo de la Pasión (2004) de Mel Gibson, la propuesta de Scorsese y su guionista Paul Schrader, a partir de la novela del griego Nikos Kazantzakis (1883–1957), se situaba en el siempre espinoso terreno de querer apartarse de la clásica imagen de un Cristo sin fisuras que la iconografía oficial ha venido difundiendo durante los últimos dos mil años.
Y es que humanizar al Mesías mostrando sus debilidades fue considerado poco menos que una gravísima blasfemia por parte de los sectores más ortodoxos de la cristiandad. Hasta el extremo de que el director, debido a las numerosas amenazas de muerte recibidas, necesitó ir acompañado de guardaespaldas en sus apariciones públicas. Protestas a nivel internacional que, el 22 de octubre de 1988, se traducirían en el ataque incendiario de un grupo integrista católico que hizo explotar un artefacto en un cine de París en el que se estaba proyectando la película.
Sea como fuere, lo cierto es que el italoamericano supo poner el dedo en la llaga con la maestría habitual en él. Por ejemplo, a la hora de diseñar el reparto. En ese sentido, un rostro tan anguloso como el de Willem Dafoe le aporta, sin duda, al personaje la carga necesaria de tribulación que atenaza su interior. O el hecho de que los apóstoles hablen con acento del Bronx, mientras que los romanos se expresan en un impecable inglés británico: recurso que el cinéfilo Scorsese aprendió del Kubrick de Espartaco (1960). A este respecto, la elección de David Bowie para interpretar al refinado Poncio Pilato fue también todo un acierto.
Mención aparte merece, por último, la banda sonora de Peter Gabriel, un auténtico portento de audacia creativa que, valiéndose de sonoridades étnicas inéditas en el cine de Hollywood, aportaba la nota exacta de veracidad (o, por lo menos, una cierta sensación de rigor histórico) frente a la parafernalia del cartón piedra de las producciones bíblicas convencionales.