Directora: Ana Mariscal
España, 1960, 84 minutos
La quiniela (1960) de Ana Mariscal |
«—¿Trae algo nuevo el periódico? —Sí, la fecha...» Los diálogos de La quiniela (1960) están repletos de réplicas que, como la que encabeza estas líneas, evidencian un humor blanco de lo más entrañable. Como encantadora resulta la figura de Ana Mariscal (1923-1995), actriz y cineasta que el próximo 31 de julio hubiese cumplido cien años. Su filmografía como directora, nunca lo suficientemente reivindicada, había arrancado con la comedia de ambientación madrileña Segundo López, aventurero urbano (1953), primero de una decena larga de títulos entre los que destacan Con la vida hicieron fuego (1959) o El camino (1964), adaptación cinematográfica de la novela homónima de Miguel Delibes.
Entre bromas amables y situaciones de lo más ocurrente, el trasfondo futbolístico de la cinta que nos ocupa deja entrever, sin embargo, uno de los rasgos habituales en cualquier sociedad subdesarrollada: la obsesión por salir de pobre. En ese sentido, llama poderosamente la atención el hecho de que su protagonista, un venerable ancianito que responde al nombre parlante de don Cándido Palomo y García (Joaquín Roa), viva por completo ajeno a la pasión por el deporte rey de cuantos le rodean, hasta que un compañero de trabajo, el oportuno Olmedilla (Erasmo Pascual), le pide que le ayude a rellenar el boleto para los partidos del próximo domingo.
Aunque no es el fútbol la única manía que aparece aquí descrita, gracias al magistral guion de Agustín Valdivieso con diálogos adicionales de Tono de Lara y Luis Ligero, sino que también queda patente la adicción de la joven Elisita (Isana Medel) a las novelas románticas y a los seriales radiofónicos. Una ensoñación recurrente, encarnada por el apuesto Leonardo Mendoza (Rafael Durán), cuyo origen más plausible cabría buscarlo en el afán escapista de quien ansía evadirse de la cruda realidad diaria. La misma que obliga a la sufrida doña Elisa (Rafaela Aparicio) a hacer malabarismos para poder llenar la cesta de la compra en un mercado donde la gente se agolpa en torno a un puesto porque una señora (¡cosa insólita!) está comprando carne...
Por otra parte, la propia Ana Mariscal se reserva un pequeño papel, concretamente el de la solterona Berta, mujer en principio condenada a una existencia gris en la modesta casa de huéspedes regentada por don Cándido, pero a la que la vida tal vez depare una última oportunidad. En todo caso, el penúltimo plano de la película, una mano que sube el volumen del televisor a través del cual se está retransmitiendo un partido, denota una gran audacia (quien vea la escena y su contexto entenderá por qué) por parte de una directora avanzada a su tiempo.