Director: Jean-Daniel Verhaeghe
Francia, 1994, 90 minutos
Eugénie Grandet (1994) de Jean-Daniel Verhaeghe |
Todo poder humano es una composición de paciencia y de tiempo. Los poderosos quieren y velan. La vida del avaro es un constante ejercicio del poder humano puesto al servicio de la personalidad. Sólo se apoya en dos sentimientos: el amor propio y el interés. Pero siendo el interés, en cierto modo, el amor propio sólido y bien entendido, el atestado continuo de una superioridad real, resulta que amor propio e interés son dos partes de un mismo todo: el egoísmo. De ahí procede quizá la prodigiosa curiosidad que provocan los avaros hábilmente llevados a la escena.
Honoré de Balzac
Eugénie Grandet (1834)
Traducción de Luis Romero
Sólida recreación de lo que debió de ser una ciudad de provincias en la Francia decimonónica: el vestuario, los decorados, los exteriores... Hasta el crepitar de la lumbre en la chimenea nos transporta de inmediato a una época que vio cómo la burguesía imponía definitivamente su concepción materialista del mundo. También la iluminación, a base de velas en algunas escenas de interior, un poco en la línea del Kubrick de Barry Lyndon (1975), contribuye a insuflar vida en el texto de Balzac como pocas veces se ha logrado en las muchas adaptaciones que ha conocido este clásico de la literatura universal.
Queda clara, pues, la pericia del realizador Jean-Daniel Verhaeghe a la hora de plasmar en imágenes los avatares de la familia Grandet, cuyo patriarca (interpretado en esta ocasión por Jean Carmet, quien fallecería apenas un par de meses después de la emisión del telefilme) encarna la avaricia propia de todos aquellos que anteponen el oro a los sentimientos. En cambio, su hija Eugénie (Alexandra London) se dejará llevar por lo que le dicte el corazón y de ahí el fracaso personal de un ser, todo bondad, que acabaría inspirando el romanticismo quijotesco del que serán víctima otros célebres personajes novelescos, como por ejemplo la Ana Ozores de La Regenta.
Por eso, cuando el apuesto primo Charles (Jean-Claude Adelin) aparezca por Saumur, la joven quedará de inmediato prendada ante los encantos que el efebo parisino trae consigo de la capital. Aunque, si bien se mira, Eugénie no se enamora tanto de la persona, a la que apenas conoce, sino de la idealización que de ella lleva a cabo, lo cual la acabará convirtiendo en una Penélope moderna mientras dure la prolongada estancia en las Indias de su amado, de donde regresará al cabo de muchos años por completo transformado.
Fruto de la colaboración entre la cadena pública France 3 y el también estatal Institut national de l'audiovisuel, Eugénie Grandet (1994) contó en su reparto con la presencia, entre otros, de las actrices Dominique Labourier (madre Grandet) y Claude Jade (señora des Grassins), ambas musas, en su tiempo, de algunos de los directores más afamados de la Nouvelle vague. Por último, la voz en off que cierra el relato, "historia de una mujer carente de agudeza para comprender la corrupción del mundo", es la de Jean-Claude Carrière.