Título original: Kvinnors väntan
Director: Ingmar Bergman
Suecia, 1952, 107 minutos
La urdimbre episódica de Tres mujeres esconde una de las historias más profundamente freudianas de las concebidas por la siempre tortuosa mente del sueco Ingmar Bergman. Una película en la que se habla abiertamente de sexo, adulterio y otras pasiones inconfesables aprovechando la estancia de cuatro mujeres, casadas con cuatro hermanos, en la apacible residencia estival donde la familia se dispone a pasar sus vacaciones. Así pues, y mientras las cuatro cuñadas esperan la inminente llegada de los maridos, se irán contando historias, a cuál más íntima, sobre sus respectivos matrimonios, si bien una de ellas declinará la oferta, lo cual explica el título elegido por el director.
La ventaja de una estructura tan peculiar es que permite alternar momentos de intenso drama, como el episodio en el que Marta (Maj-Britt Nilsson), a consecuencia de su relación con un pintor de la bohemia parisina, se queda embarazada, con la cómica y accidentada crónica de lo acontecido entre Karin (interpretada por la actriz, y posteriormente escritora, Eva Dahlbeck) y su esposo en el interior del ascensor en el que se quedan encerrados tras una solemne recepción con el príncipe heredero y demás miembros eminentes de la aristocracia sueca.
Bergman, consumado maestro a la hora de manejar los tiempos dentro de una tan compleja red de confidencias, plantea la primera de dichas situaciones con semejante alarde de sutileza que nos hará creer, hasta el último segundo, que Marta, tras haber rechazado a un oficial americano que pretendía casarse con ella, acude a la clínica con la intención de abortar, cuando, en realidad, está a punto de dar a luz. En la segunda, en cambio, opta por una ironía rayana en el sarcasmo para "desnudar" a una pareja, habituada a ignorarse valiéndose de la hipocresía de los convencionalismos sociales y forzada a abandonar esa zona de confort en la estrechez de la cabina que se ven obligados a compartir durante unas horas.
Como ya sucediera con el relato de Rakel (Anita Björk), marcado por la tensión sexual no resuelta entre ésta y un amigo de la infancia con el que acabará engañando a su marido, en los restantes casos expuestos quien sale mejor parada es invariablemente la mujer, vista no ya como un ser sumiso a la voluntad masculina, sino como alguien capaz de tomar las riendas de su vida. En ese aspecto, adquiere una importancia notable el hecho de que la joven Maj (Gerd Andersson) decida fugarse con su novio tras haber escuchado el testimonio de las demás: con apenas diecisiete años, tal y como señala el comentario mordaz de uno de los hombres de la casa, ella cree que actuando así está haciendo algo prohibido, cuando lo más probable es que no tarde en regresar al redil.
La ventaja de una estructura tan peculiar es que permite alternar momentos de intenso drama, como el episodio en el que Marta (Maj-Britt Nilsson), a consecuencia de su relación con un pintor de la bohemia parisina, se queda embarazada, con la cómica y accidentada crónica de lo acontecido entre Karin (interpretada por la actriz, y posteriormente escritora, Eva Dahlbeck) y su esposo en el interior del ascensor en el que se quedan encerrados tras una solemne recepción con el príncipe heredero y demás miembros eminentes de la aristocracia sueca.
Bergman, consumado maestro a la hora de manejar los tiempos dentro de una tan compleja red de confidencias, plantea la primera de dichas situaciones con semejante alarde de sutileza que nos hará creer, hasta el último segundo, que Marta, tras haber rechazado a un oficial americano que pretendía casarse con ella, acude a la clínica con la intención de abortar, cuando, en realidad, está a punto de dar a luz. En la segunda, en cambio, opta por una ironía rayana en el sarcasmo para "desnudar" a una pareja, habituada a ignorarse valiéndose de la hipocresía de los convencionalismos sociales y forzada a abandonar esa zona de confort en la estrechez de la cabina que se ven obligados a compartir durante unas horas.
Como ya sucediera con el relato de Rakel (Anita Björk), marcado por la tensión sexual no resuelta entre ésta y un amigo de la infancia con el que acabará engañando a su marido, en los restantes casos expuestos quien sale mejor parada es invariablemente la mujer, vista no ya como un ser sumiso a la voluntad masculina, sino como alguien capaz de tomar las riendas de su vida. En ese aspecto, adquiere una importancia notable el hecho de que la joven Maj (Gerd Andersson) decida fugarse con su novio tras haber escuchado el testimonio de las demás: con apenas diecisiete años, tal y como señala el comentario mordaz de uno de los hombres de la casa, ella cree que actuando así está haciendo algo prohibido, cuando lo más probable es que no tarde en regresar al redil.