Director: Paulo Rocha
Portugal, 1966, 94 minutos
Mudar de vida (1966) de Paulo Rocha |
Al margen de una cautivadora trama argumental, lo que llama de inmediato la atención en un filme como Mudar de vida (1966) es el alto valor etnográfico de sus imágenes. De lo cual cabría inferir semejanzas más que razonables con respecto a la obra de cineastas en la línea del documentalista Robert J. Flaherty o incluso el Visconti de La terra trema (1948). Cualidades a las que se suma la tragedia del individuo que, tras largos años de ausencia, regresa a un hogar en el que por desgracia ya nada es lo que era. Y así, el pobre Adelino (Geraldo Del Rey) comprueba con estupor que, mientras él en Angola, su amada Júlia (Maria Barroso) se ha casado con su hermano Raimundo (Nunes Vidal).
Por si esto no fuera poco, las graves lesiones de espalda que arrastra Adelino a consecuencia de su participación en la cruenta guerra de independencia angoleña (1961-1975) le incapacitan para continuar con el duro oficio de pescador, por lo que el incierto porvenir que el hombre tiene ante sí no invita precisamente al optimismo. Aunque resulta que por allí merodea una joven llamada Albertina (Isabel Ruth), capaz de robar las monedas que los feligreses de la parroquia han ido depositando en el cepillo de las limosnas si con ello logra dejar atrás las fastidiosas estrecheces económicas de una pobreza endémica.
Hay algo de retrato costumbrista en esas mujeres que, a orillas de la playa, acarrean sobre sus cabezas pesados cajones repletos de arena. O en las formidables barcazas que penetran mar adentro a fuerza de que sus tripulantes boguen incansablemente hasta caer exhaustos. Pero, al mismo tiempo, de todo ello se desprende también una crítica implícita que no debió de ser muy del agrado de las autoridades portuguesas de aquel entonces, como lo atestigua el hecho de que su director, Paulo Rocha (1935-2012), tardaría la friolera de quince años en volver a rodar otro largometraje.
Sea como fuere, lo cierto es que la fuerza de esta historia reside en aquella máxima tan manida de que lo local suele ser lo más universal. De modo que los bailes y demás celebraciones folclóricas que capta la cámara remiten a una comunidad ancestral en cuyo seno apenas tienen cabida quienes, como Adelino o Albertina, cargan con un estigma difícilmente llevadero en un ambiente que de tan mísero y cerrado acaba convirtiéndose en hostil. De ahí que ambos aspiren a cambiar de vida, lejos del pueblo, adonde no hagan falta tantos sacrificios para sobrevivir y la gente sea un poco menos agreste.
En efecto, aparte de la historia en sí, el valor como documento es innegable.
ResponderEliminarProbablemente, también, porque la mayoría de intérpretes son actores no profesionales.
Eliminar