Título original: Os verdes anos
Director: Paulo Rocha
Portugal, 1963, 91 minutos
Los verdes años (1963) de Paulo Rocha |
La cautela con la que la cámara se aproxima al protagonista masculino, apenas un mozalbete con boina recién llegado a Lisboa, durante una de las primeras secuencias de Os verdes anos (1963) pone ya de manifiesto que un nuevo cine estaba naciendo en el Portugal de mediados de los sesenta. Aunque, si bien se mira, los destellos de modernidad que pudiera desprender la ópera prima de Paulo Rocha (1935-2012) estaban igualmente presentes en otras cinematografías europeas de aquel entonces, ya fuese en la Checoslovaquia de Milos Forman, la Francia de la Nouvelle Vague o, incluso por estos pagos, el Nuevo Cine Español de los Saura, Martín Patino o Mario Camus.
En ese orden de cosas, la relación entre los jóvenes Júlio (Rui Gomes) e Ilda (Isabel Ruth), unida a la languidez de sus paseos por las afueras en blanco y negro de una gran capital no menos plomiza, no dista gran cosa de lo que ese mismo año proponía otro debutante, en este caso Paco Regueiro, en El buen amor (1963). Constantes que podrían rastrearse también en Nueve cartas a Berta (1966) del ya mencionado Patino y hasta en el Godard de Une femme mariée (1964).
La sonoridad metálica de la guitarra portuguesa, espléndidamente ejecutada por el maestro Carlos Paredes, impregna de principio a fin los ecos de una banda sonora que contribuye en buena medida a perfilar esa melancolía tan característica del alma lusitana. Nadie lo diría, pero desde buen comienzo flota en el aire un sentimiento trágico, en abierto contraste con las ilusiones de la pareja de enamorados, que se desprende de las palabras del tío Afonso (Paulo Renato) que sirven de prólogo.
Y así, bajo un disfraz de metrópolis bulliciosa, la ciudad tiende sus tentáculos sobre unos y otros como si de un personaje más se tratase, fagocitando por igual en el tedio de su rutina diaria al mísero zapatero remendón, a la criada pizpireta o a los señores pudientes que van y vienen de Londres con cierta regularidad. Fatalismo contra el que Júlio, que no deja de ser un individuo primario, por completo ajeno a los códigos urbanos, tratará de rebelarse de una forma tan brutal como desesperada.
Parece que se percibe también ese cambio hacia la modernidad que estaban sufriendo las grandes ciudades, al tiempo que acogían a personas venidas de otros lugares y esa especie de avance hacia ese mundo más cosmopolita que estaban transitando los países de la Península Ibérica.
ResponderEliminarYa lo creo: hay mucho de eso en la película.
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