Título original: Белые ночи
Director: Ivan Pyrev
Unión Soviética, 1960, 95 minutos
Noches blancas (1960) de Ivan Pyrev |
Me gusta recordar los lugares en que fui feliz, volverlos a ver; me encanta vivir el presente a través del recuerdo del pasado, y, a menudo, vago sin objeto, tristemente, como una sombra, por las calles y callejas de Petersburgo. Y recuerdo que el año anterior, justamente en el mismo día, caminaba por la misma acera tan abatido como ahora. Mis ensueños eran lúgubres, y aunque mi vida no era apenas más alegre, parecíame que entonces vivía mejor, que los negros pensamientos no habitaban tan intensamente en mi cerebro. No tenía estos remordimientos de conciencia que no me dejan ahora tranquilo.
Fiódor Dostoyevski
Noches blancas (1848)
Traducción de Justo García Melero
La habitual ortodoxia de las producciones soviéticas a la hora de adaptar sus clásicos se echa de ver enseguida en Белые ночи (1960), ambiciosa cinta en color que sigue fidedignamente el texto de Dostoyevski. Sin embargo, la inclusión de un par de números musicales que no vienen demasiado a cuento, así como la ñoñez de unas interpretaciones más bien histriónicas, tergiversan el verdadero sentido de una obra cuya trascendencia dramática queda reducida a la mera teatralización del argumento.
Buena parte de culpa, en lo que a falta de naturalidad se refiere, habría que achacársela a unos diálogos excesivamente literarios, desprovistos de la necesaria dosis de vida que cabría esperar en el relato de dos almas solitarias unidas por el azar y su mutuo deseo de sentirse amadas. Tampoco el hecho de haberse rodado íntegramente en estudio parece ayudar, aunque ya vimos de lo que había sido capaz Visconti tres años antes partiendo de similares premisas.
Tal vez por excesivamente decimonónica, la puesta en escena ideada por Ivan Pyrev (1901-1968) adolece de una perfección formal que, paradójicamente, le resta autenticidad al resultado final. A fin de cuentas, el cineasta ruso, consumado experto en llevar a la pantalla otros grandes títulos de la novelística del mismo autor —aparte de la que nos ocupa, suyas son las adaptaciones de El idiota (1958) y Los hermanos Karamázov (1969)—, demuestra regirse por un estricto academicismo no exento de cierto encanto kitsch.
Lyudmila Marchenko (Nástenka, la impresionable joven de diecisiete años) y Oleg Strizhenov (el soñador algo bohemio) integran una pareja protagonista para la que el sol, como consecuencia del solsticio de verano, nunca llega a ponerse del todo. Son esas cinco noches (cuatro, según la novela) durante las cuales uno y otro compartirán confidencias e ilusiones a orillas del río Nevá. Idilio tan esperanzador como pasajero que se verá bruscamente truncado con el repentino regreso del antiguo inquilino: ella dejará entonces de engañarse, mientras que al pobre idealista que la ha acompañado todas esas veladas no le queda más remedio que resignarse a aceptar la cruda realidad. Años después, visiblemente demacrado por el alcohol y los recuerdos, es él mismo quien, desde la soledad de su cuarto, nos explica la historia en primera persona y mirando a cámara.
Adaptación no del todo conseguida, por lo que se ve, aunque tenga sus cosas positivas.
ResponderEliminarNo es que no esté conseguida, sino que es demasiado cerebral. En mi opinión, el cine no puede limitarse solamente a la perfección formal, sino que tiene que llegar al corazón del espectador. No sé si me explico.
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