Directores: Marco Ferreri e Isidoro M. Ferry
España, 1959, 75 minutos
El pisito (1958) de Marco Ferreri |
Hace falta ser extranjero para captar tan a fondo la mala leche española... Porque negra, negrísima comedia es El pisito, mediante la que el italiano Marco Ferreri introducía el neorrealismo en España, con la ayuda de Rafael Azcona, quien, a su vez, adaptaba una novela suya. A este respecto, la galería de tipos que desfilan ante la pantalla en apenas setenta y cinco minutos pone de manifiesto lo más sórdido de una sociedad que lidiaba como podía la carestía económica y, sobre todo, en materia de vivienda. El tema debía de estar muy en boga, puesto que apenas unos meses antes otra película lo abordaba con igual maestría: El inquilino (1958) de José Antonio Nieves Conde.
Junto con Los chicos y El cochecito, dos años posterior, Ferreri debutaba por la puerta grande en un país que no era el suyo, pero cuya esencia logró entender como nadie. Porque la verdadera tragedia (que no comedia) de Rodolfo (José Luis López Vázquez) y Petrita (Mary Carrillo) es la de sucumbir a la miseria moral que les rodea ante la imposibilidad de sobrevivir por otros medios. De ahí que acaben optando, pese a sus "doce años de relaciones", a que él se case con la anciana doña Martina (Concha López Silva) únicamente para heredar el pequeño y codiciado apartamento.
Con la excepción de la cándida Martina, no hay el más mínimo atisbo de misericordia en ninguno de los personajes. Tal vez el único que a última hora muestre algo de dudas sea el pusilánime Rodolfo, pero llevado por la desidia y, sobre todo, por la falta de escrúpulos que Petrita sabe disfrazar de victimismo, también él se dejará arrastrar.
Varios aspectos hacen de El pisito una película singular. Por una parte, hay escenas en las que, como en la vida real, se mantienen varias conversaciones simultáneas (véase, por ejemplo, la escena en el tranvía, en la que las dos parejas hablan de todo y de nada, mientras un viajero sostiene una barra de hielo al hombro). Es también un filme en el que predominan los ambientes oscuros y opresivos, en un afán de subrayar las estrecheces (monetarias y espaciales) de quienes se ven obligados a malvivir en apenas unos cuantos metros cuadrados cochambrosos. Y es, por último, destacable el uso que se hace de la banda sonora, con el contraste generado entre la música de jazz y el machacón organillo madrileño que tanto contribuye a ambientar la historia.
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