Director: Manuel Summers
España, 1963, 87 minutos
Margarita, está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento...
Rubén Darío
Por su notable perspicacia a la hora de saber ver la poesía en los intersticios de las grisáceas llanuras de lo cotidiano, es la ópera prima de Manolo Summers una película que más parece salida del universo cinematográfica de la Nouvelle vague que no del caletre de un joven debutante español. Del rosa al amarillo es ya de por sí un título que invita a pensar en la tierna sensibilidad de un François Truffaut. Y las entrañables cavilaciones de sus protagonistas, sobre todo las del pequeño Guillermo (Pedro Díez del Corral), recuerdan a las de los antihéroes del director francés. Si en Los cuatrocientos golpes Truffaut llevaba a cabo el retrato de su propia adolescencia a través de la figura de Antoine Doinel, algo muy parecido podría decirse de lo que intenta Summers con su díptico.
Porque si la patria de todo hombre es su infancia, y la senectud representa a menudo un regreso a dichos dominios, Del rosa al amarillo (1963) pudo ser saludada como la inmejorable carta de presentación de un verdadero autor. Así lo consideró el jurado del Festival de San Sebastián, al premiar por triplicado tanto al realizador como al elenco de actores.
La banda sonora de Antonio Pérez Olea, lo mismo que las canciones de Jorge Sepúlveda, Antonio Machín o Estrellita Castro, juega un papel primordial a la hora de esbozar los contornos de la educación sentimental de los niños Margarita (Cristina Galbó) y Guillermo, así como de los "niños" Valentín y Josefa. De un extremo al otro de la vida, el amor (o el afán por alcanzarlo) se acabará convirtiendo en el eje existencial de unos personajes que ven en él el refugio idóneo frente a la hostilidad de un entorno tedioso: el aula y el asilo, respectivamente.
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