Título original: The Innocents
Director: Jack Clayton
Reino Unido/EE.UU., 1961, 100 minutos
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¡Suspense! (1961) de Jack Clayton |
La tenía justo delante, deshonrada y trágica; pero mientras la miraba fijamente, para poder recordar sus rasgos, la espantosa imagen desapareció. Oscura como la noche, con su vestido negro, su belleza desfigurada y su inmensa pena, me había mirado lo bastante como para parecer decirme que tenía tanto derecho a sentarse a mi mesa como yo a sentarme a la suya. Y la verdad es que en esos instantes sentí un escalofrío al tener la impresión de que la intrusa allí era yo.
Henry James
Otra vuelta de tuerca
Traducción de Soledad Silió
Todo en
The Innocents (1961) remite a un ambiente victoriano cuyo puritanismo decimonónico comporta una educación tan severa como represiva. Terreno abonado, por tanto, para lecturas de índole freudiana que a principios de la década de los sesenta estaban muy en boga, como lo prueba el hecho de que, un par de años más tarde, John Huston llevara a cabo su propio biopic a propósito del
padre del psicoanálisis. En ese sentido, y pese a que el título castellano de la película (
¡Suspense!) posea innegables connotaciones hitchcockianas —que los distribuidores nacionales, por cierto, buscaron intencionadamente tras el éxito comercial de
Psicosis (1960)—, lo cierto es que el sustrato patológico de esta libre adaptación del texto de Henry James, a cargo de William Archibald y Truman Capote, parece más que evidente.
A este respecto, la ambigua atmósfera onírica en la que transcurre la acción bebe de referentes tan obvios como
Rebecca (1940), del ya mencionado
Hitch, donde la presencia etérea de un personaje femenino
in absentia también condicionaba toda la historia, o, mucho más reciente en el tiempo, los delirios de raigambre homosexual que atormentan al protagonista de
De repente, el último verano (1959) de Mankiewicz. Sea como fuere, el conflicto interno no resuelto que atenaza la psique de Miss Giddens (Deborah Kerr) la somete a continuos desvaríos que tendrán, a la postre, fatales consecuencias para su salud mental.
En todo caso, la equívoca relación de la institutriz con los niños que tiene a su cargo no sólo entronca hasta cierto punto, por sus implicaciones morales, con la osadía del papel que la actriz británica interpretara a las órdenes de Minnelli en
Té y simpatía (1956), sino que prefigura además toda una corriente de títulos posteriores, desde
El otro (1972) de Robert Mulligan hasta
La profecía (1976) de Richard Donner, en los que el carácter angelical de las criaturas contrasta con el influjo potencialmente maligno que éstas ejercen sobre sus mayores.
Y es que la palabra que define esta obra maestra del cine gótico es precisamente contraste, ya sea entre las luces y sombras de la soberbia fotografía en cinemascope y blanco y negro del siempre genial Freddie Francis (1917-2007) o entre la belleza apolínea de los protagonistas y los lúgubres fantasmas, reales o no, que les afligen.