Director: Fernando Trueba
España/Portugal/Francia, 1992, 109 minutos
Belle Epoque (1992) de Fernando Trueba |
¿Quién no ha visto alguna vez a Fernando Trueba, tras recoger el Óscar a Mejor Película de Habla no Inglesa, diciendo aquello tan ocurrente de "Me gustaría creer en Dios para agradecerle este premio, pero sólo creo en Billy Wilder. Así que gracias, Míster Wilder"? El filme en cuestión, Belle Epoque (1992), hacía historia al alzarse con una estatuilla que, hasta aquel entonces, únicamente en otra ocasión había ido a parar a una cinta española: Volver a empezar (1982) de José Luis Garci.
Comedia coral ambientada en los días previos a la proclamación de la Segunda República, su argumento, escrito por Rafael Azcona, nos habla de un tiempo de promesas y esperanzas en el que todo parecía posible. Por ejemplo, que un desertor, antiguo seminarista y cocinero notable (Jorge Sanz), se instale en casa de un viejo pintor algo liberal y bastante bonachón (Fernando Fernán-Gómez) a cuyas cuatro hijas irá sucesivamente seduciendo en las más variadas circunstancias.
"¡Oye! ¡Que éste nos la desvirga!" |
De entre el resto de secundarios que pululan por aquella aldea imaginaria (los exteriores se rodaron en Portugal) destacan el meapilas Juanito (genial Gabino Diego), indeciso sobre si seguir pegado a las faldas de su madre (Chus Lampreave) o bien renegar de sus convicciones carlistas para que Rocío (Maribel Verdú) lo acepte como novio; o el ácido don Luis (Agustín González), un cura amigo de Unamuno que tiene más de filósofo que de sacerdote.
Aparte de su ya mencionada ascendencia wilderiana, parece ser que Trueba tuvo también en mente el universo de otro gran cineasta: el Jean Renoir de títulos como Une partie de campagne (1946) o La règle du jeu (1939), obras maestras que comparten con Belle Epoque ese carácter de retrato a propósito de una burguesía progresista cuyas costumbres licenciosas no son sino el preámbulo de la represión que acarrearía el posterior advenimiento del fascismo.
Es una historia de libertad en todos los sentidos, aunque alguno sólo se fije en el aspecto sexual, pero en realidad no se detiene únicamente en eso, sino que la libre expresión de ideas, o el papel de las mujeres, a las que se presenta como personas cultivadas y dueñas de su persona, redunda en ese discurso, que se remata con un entorno bucólico, alejado de una realidad que no era la que se nos muestra de sana convivencia. Así acabó todo como acabó, incluso antes de haber empezado.
ResponderEliminarCoincido contigo en tu análisis, Trecce. De hecho, bajo esa apariencia ligeramente frívola de los escarceos sexuales entre los personajes se intuye la amargura de lo que está por venir (entre otras cosas, una guerra civil).
EliminarSin duda me recuerda más a Renoir que a Wilder, pese al juego con los disfraces.
ResponderEliminarSaludos.
En realidad, yo creo que toma elementos de ambos, si bien es cierto que la nota francesa predomina por encima de la hollywoodense.
EliminarUn abrazo.
Hola Juan!
ResponderEliminarEse momento con Trueba ya forma parte de la memoria colectiva. Poco que mencionar después de lo dicho, guardo muy buenos recuerdos de esta película y sus circunstancias de visionado, y como diría Mayra, hasta ahí puedo leer...
Saludos!
Fue una película muy exitosa, desde luego, rodada, como suele decirse en estos casos, en estado de gracia.
EliminarSaludos.